Reseña de la novela El carmín y la sangre
El carmín y la sangre es la nueva novela de Montero Glez, con la que consiguió el XLVIII Premio de novela Ateneo de Sevilla en 2016 y que merece nuestro comentario por tener como protagonista a Ian Fleming.
Tomando como referencia una serie de hechos reales muy conocidos (el trabajo de Fleming en la Inteligencia Naval británica durante la Segunda Guerra Mundial, su paso por Gibraltar y la creación de la operación Goldeneye, sus viajes a Estados Unidos vía Portugal y su estancia en Estoril…), Montero Glez añade bastante más de lo que reconoce para inventar una historia que mezcla aventura, folclore andaluz, espionaje y, sobre todo, sexo.
La voluptuosidad de Montero Glez es una constante en su narrativa, por lo que sin duda sus seguidores no solo no se sorprenderán demasiado, sino que aplaudirán líneas como “Su fraseo era lo más parecido a una eyaculación continua” (pág. 134), “a las hembras les gusta el potro joven para cabalgar y ordeñar hasta la entraña” (pág. 166) o “siempre desconfío de un hombre que no ha probado su propio semen” (pág. 196). Este tipo de expresiones se repiten a lo largo de la narración (incluso repitiendo la metáfora: “arrastraba las palabras hasta eyacular con ellas”, 166) y, dejando a un lado su posible carácter de gratuita o forzada provocación, cabe preguntarse si ese lenguaje casa con los aficionados a Ian Fleming, con quienes hemos leído su obra o con quienes conocen la elegancia de James Bond.
Es evidente que Montero Glez trata de unir en la novela el sexo y la guerra como actividades paralelas y su intento de acuñar aforismos al respecto también resulta continuo: “En tiempo de guerra era fácil conseguir una mujer” (pág. 150); “Todo conflicto bélico producía una urgencia que excitaba al comandante Fleming” (pág. 152); “el sexo y la guerra eran extremos de la misma esencia” (pág. 215)…
Estas repeticiones llegan al extremo en el uso de los nombres propios. Tal vez pretendiendo una prosa poética, el autor repite machaconamente la misma manera de referirse a los personajes: Ian Fleming siempre es “el comandante Fleming”; John Godfrey siempre es “el almirante Godfrey” o, cada cigarrillo es “Victoria Morland Special”. Puesto que el recurso es claramente intencionado podría parecer que Montero Glez trata de parodiar las novelas de Fleming y las alusiones de este a marcas o productos de lujo que describía con precisión. Sin embargo, lo que en el original eran detalles de refinamiento y muestras de conocimiento de una vida selecta, en Montero resulta monótono y vacío.
Y esto nos lleva al propio personaje de Ian Fleming. ¿Se parece el Fleming de El carmín y la sangre al Fleming real, como el propio autor ha declarado? A esto solo podrían contestar quienes le conocieron y, partiendo de que toda novela de por sí ya es ficción, sin embargo sí podemos hacer algunas matizaciones. Solo hay dos biógrafos de Ian Fleming, que tuvieron acceso a sus papeles privados, textos no publicados y correspondencia: la de John Pearson (1966) y la de Andrew Lycett (1995). En ambas encontramos diferencias, pero también coincidencias más que contrastadas en bibliografía posterior.
Para empezar por algo anecdótico, escribe Montero Glez sobre Fleming: “La relación con la bebida le venía de antiguo, de cuando visitaba el mueble bar que él mismo se apropió como herencia tras la muerte de su padre.” Valentine Fleming, padre de Ian, murió en la Primera Guerra Mundial cuando Ian iba a cumplir nueve años. Esa “apropiación” suena precoz, incluso para Fleming.
Más. Es muy conocido el paso de Ian Fleming por Estoril porque él mismo se encargó de difundir la leyenda de cómo intentó ganar en el juego a unos nazis y cómo ello supuestamente le inspiraría una escena mítica de Casino Royale. Pues bien, lo que es seguro es que en ese viaje a Portugal quien le acompañaba era el almirante Godfrey y no el mayor Will Donovan, como cambia Montero Glez, pues este les esperaba en Estados Unidos.
Es curiosa también otra inexactitud aparentemente sin importancia pero reveladora. Al espía Dusko Popov, Montero le llama “Duko Popov” y al almirante John Henry Godfrey, “Henry Godfrey”, cuando toda la bibliografía sobre este militar se refiere a él como “John Godfrey” o “John Henry Godfrey”, pero nunca solo por su segundo nombre.
¿Detalles inocuos o despreocupación por la documentación y precisión necesarias al escribir sobre personas reales?
Hay que reconocer que la novela sí tiene algún hallazgo con alguna metáfora afortunada o la historia de cómo se pasan mensajes secretos los espías, aunque se comenta tan de pasada que queda claro que esto no es lo que interesa al autor. El tercio final de la novela (la orgía de unos nazis en una taberna de Cádiz) parece basarse en algo documentado, pero su inclusión resulta forzada y no aporta prácticamente nada al personaje principal, por lo que el lector se pregunta a qué viene esto, tan alejado de la pareja protagonista.
En definitiva, una obra interesante por añadir una visión más al mito de Ian Fleming y que puede gustar a los aficionados a Montero Glez. Los seguidores de Ian Fleming o de James Bond podemos “entretenernos” en revelar inexactitudes o en sorprender guiños tan superficiales como tópicos: ¿de verdad se tiene que presentar como “Fleming, Ian Fleming”?, ¿de verdad ese es el número de la contraseña del maletín?…
Gonzalo González Laiz