Crítica de la primera novela de Ian Fleming
Leí Casino Royale solo un par de veces desde que me hice del libro hace unos treinta años (cosa rara en mí; vuelvo sobre lo que me gusta una y otra vez sin descanso) la primera cuando lo encontré, ya viejo y ajado, en una librería de la calle Corrientes. La segunda, recién. Lo acabo de leer después de un par de días de bajado de la biblioteca.
Esperando con ansiedad ver que iban a hacer con el nuevo filme, “QUANTUM OF SOLACE”, y a raíz de esto y otras cuestiones relacionadas, decidí volver sobre el trabajo original de Fleming para revisarlo y recordar detalles perdidos, a la vez de querer analizar que tanto empeño pusieron los encargados de la saga cinematográfica en enlazar a Daniel Craig con ese oscuro personaje que saltó a la palestra hace ya cincuenta y cinco años. Así que tomen la lupa y vamos a la biblioteca.
Hay un ambiente tranquilo con olor a papel viejo y un poco húmedo.
Los sillones son confortables y la luz, solo sobre el libro, buena.
Hay cognac Napoleón para disfrutar en una pausa que quieran hacer, y les garantizo que abstraerse en este ámbito silencioso y quieto para disfrutar de leer y charlar sobre lo que nos gusta, les va a cambiar el día.
Pasen, por favor; es por allá. Al fondo del pasillo.
Las dos hojas de roble que se abren a la vez.
Acomódense que ya voy.
Iniciando un negocio de 55 años y muchos millones
Ya conté en otra sección de este blog cómo Ian Fleming entró al mundo de las letras. Su mujer, harta de que la revoloteara quejoso le preguntó por qué no escribía un libro para entretenerse.
Y así fue como nació James Bond.
Y en su nacimiento, Bond se nos presenta como un anónimo empleado de un departamento dependiente del Ministerio de Defensa británico, unos siete u ocho años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en Londres.
Un funcionario rutinario y aburrido que juega cartas en un casino francés esperando el momento de cruzarse con su objetivo, un sujeto odioso y desagradable al que deberá enterrar vivo a partir de generar su bancarrota a través del juego. Esa es la primera impresión que uno se lleva de este ingles, poco expresivo, individualista y retraído, que hace de su no historia una bandera
¿Qué significa “no historia”? Bond no acusa vínculos con el resto del mundo. No se liga con nadie, no tiene amigos, ni mujer, ni pareja estable. No tiene familia y su vida gira en torno al trabajo, la supervivencia y uno que otro placer mundano entre los que principalmente cuenta mujeres, comida y un automóvil muy particular, modelo 1933, del que parece haber pocos y que recibió un cuidado especial durante los años de guerra.
Es a partir de allí, y en el discurrir de la historia, que el autor empieza a erigir un prototipo sólido, una ícono con sello propio y particular, para luego rebajarlo a niveles de destrucción absoluta atentando principalmente a herir su hombría en lo físico y en lo psíquico. Llegado el punto cúlmine al final de la historia intentará una vuelta de tuerca cínica y brutal, una desazón extrema, que determine y justifique su paso definitivo al bando de los resentidos que buscan hacer de la suya una causa que justifique absolutamente todo. En principio reivindicar el uso del prefijo 00 como método de resolución de la mayoría de los conflictos que su jefe le presenta.
Tal vez haya que comprender, y poner a su favor, el hecho de que en cincuenta y cinco años de historia transcurrida, los paradigmas que regían aquella sociedad no son los mismos que rigen ésta. Por lo tanto los hechos que determinan el camino que Bond elige, no sean tan de peso.
La traición que el autor plantea aparecer como terrible y reveladora en la época en que fue escrito el libro, pero hoy ¿sería algo de tanto peso? ¿Acaso el mundo del espionaje no esta basado en un galimatías de doble filo?
En este punto, tal vez el filme de Craig buscó darle un marco más cercano a la realidad, haciendo un poco más de justicia a la historia original como base argumental.
Bond, en esta primera pincelada de su vida, juega con soltura el papel de un acaudalado millonario jamaiquino que utiliza su fortuna para comprar distracción en tanto espera el encuentro con el hombre al que debe anular de plano, reducirlo a despojo para la causa de Occidente.
Y aquí también Fleming sienta las bases de lo que será un modelo clásico en el resto de la saga: la construcción del antagonista.
Todos los personajes a los cuales Bond se enfrenta a lo largo de su vida literaria (mucho más marcado que en la fílmica) son arquetipos de “fenómenos” que no son factibles de englobar dentro de la media humana.
Todos sus villanos cargan con la distinción maldita de la deformidad física, rasgos marginantes o características que los sacan por fuera de lo que consideramos la definición de normalidad para un ser humano.
En el caso del Sr. “La Cifra” o “El Número” no solo es marginal por su constitución física sino además por su origen. O lo poco que se explica del mismo.
Según reza la información a la que Bond accede, el perfil de este hombre arranca con una condena suprema.
No tiene nombre. Carece de identidad y es hallado en 1945 en el campamento DP Dachau en la zona americana de Alemania, apenas terminada la guerra. Sufre de amnesia y parálisis en las cuerdas vocales. No tiene historia y si la tuviera, no podría contarla. Casualmente, es algo parecido con lo que le ocurre a Bond y a otros tantos personajes a lo largo de la saga: no hay atrás para contar. Solo lo presente, y por un tiempo limitado.
Los aliados resuelven su caso otorgándole un pasaporte apátrida y un número de identificación. A partir de allí se convertirá en Monsieur Le Chiffre.
Su descripción dice que es un hombre de alrededor de 45 años, de cabello castaño rojizo, piel pálida, boca femenina, dentadura postiza de sumo valor, orejas pequeñas y lóbulos grandes, lampíño salvo por sus manos, pequeñas pero con vello hirsuto.
Tal vez, y a primera lectura, no impresione ésta como una descripción muy particular. Pero esperen a conocer a un tal Mister Big en el siguiente capítulo de la saga y entonces se comenzará a comprender de que se habla.
Promediando la historia, podemos decir que el encuentro con Le Chiffre no se lleva la verdadera parte central del libro, si bien sirve para poner de manifiesto algunas de las características que definen a Bond como persona y como personaje.
Esto Fleming lo deja reservado para el siguiente acto, una vez que estrecha la relación entre Bond y Vesper, moldeando un amalgama que el lector también irá forjando en su mente como inseparable. Y quizá en esto descanse un punto importante para el autor y a su favor. Le hace creer a su criatura (y al inocente lector) que ha triunfado y que va a disfrutar de las mieles del éxito, solo para empujarlo luego a lo bestial de la revelación final que va a condicionar todo lo que resta por venir en la vida del torturado agente.
Bond es traicionado no tanto por su egocentrismo como por una reacción infantil, propia de un principiante y no de alguien que sobrevivió tras las líneas enemigas durante la guerra. Primero Le Chiffre lo atrae a su trampa para desquitarse del trago amargo que le propina en lo previo. Después cae por segunda vez víctima del sentimentalismo, sin ver venir el golpe.
Y aquí es donde se testimonia a diferencia de la saga fílmica (reivindicada recien por Craig y Cía.) lo humano que Bond resulta. Es capturado, reducido, humillado y torturado hasta que, más por fortuna que por capacidad propia, su vida es salvada por una cuestión de profesionalismo. “No se me indicó matarte” le confiesa el verdugo de Le Chiffre, cuando se encuentra con la sorpresa del despojo humano en el que quedó convertido.
Así puede volver con los buenos y luego de una larga convalecencia aspirar a retomar su vida normal. Lo que no me cierra y me resulta a la distancia falto de peso específico, es el planteo filosófico que Bond hace a Mathis, poco antes de abandonar su internación.
Para un hombre fogueado en las lides del espionaje, con la experiencia de una guerra atroz en su haber y la promoción que lo deposita en la Sección Doble Cero, luego de dos asesinatos a sangre fría, no me parece que haya lugar en su psíque para tanto cuestionamiento de conciencia. Y menos que ese cuestionamiento salga a la luz a partir de lo que supone lo une a la mujer que conoce desde poco tiempo atrás.
De todas formas, para Fleming es válido y luego de hacer pasar a su personaje por el filo de lo soportable a nivel físico, lo rescata para hacerle creer que la vida es justa y ofrece compensaciones. Error.
Bond aprende en carne propia que solo se le otorga el beneficio del margen mínimo y necesario para recomponerse con lo justo, solo para volver al ruedo y saldar cuentas con una frialdad pasmosa.
Cuando Bond cree que su existencia dio un giro y está resuelta hacia otros horizontes, recibe la estocada mortal que, supuestamente, lo convierte en lo que veremos a partir de allí.
¿Bond “es” o “se hace”? ¿Puede justificar que su forma de ser, su temperamento o su actitud viene dada por un desengaño? ¿O la brutalidad, lo oscuro, lo marginal, ya habitaba en él y solo se requirió un motivo para que eso aflore?
Habrá que seguir investigando en su biografía, a través de lo que Fleming quiera contarnos en sus libros, para llegar a hacernos una idea mejor acabada sobre quien es este buen muchacho llamado James Bond.
Marcelo Branda