Crítica literaria del tercer libro de James Bond escrito por Ian Fleming
“Moonraker” es un libro distinto, raro. Si algo aprendí en tanto leí a Fleming fue a comprenderlo y reconocerle, en general (y por mas que quienes escribimos sintamos la tentación de repetir una fórmula una y otra vez), que pese al modelo al que se ajustó, siempre trató de abordar los temas desde puntos de vista diferente.
Si en “Casino” arrancó por el lado que más le gustaba (El juego) para hacer pié en vaya a saber que desengaño amoroso propio adosado al cuerpo de Bond, y en “Vivir” exploró una parte más aventurera y exótica, metiéndose con los tópicos calientes del momento (ver nota), en “Moonraker” el giro de timón que da es tan notable que el planteo mismo del libro se revela entreverado y hasta rebuscado. Como si hubiese querido hacer algo muy diferente a lo anterior y de enroscarse tanto no supo, en cierto punto, cómo resolverlo.
Una de las máximas de seguridad interna de cualquier país, que no quiere verse envuelto en una confrontación de fuerzas propias, dice que los servicios de inteligencia por antonomasia definidos para hacer frente a cualquier agresión externa, deberán trabajar fronteras afuera.
Jamás adentro. Está prohibido. ¿Qué lleva entonces a Fleming a hacer toda una sarta de tejes y manejes para que autoricen a Bond a actuar en territorio propio? Hay que esperar a la última parte del libro para justificar tal decisión. Y aún así, eran otros los que deberían haberse ocupado del tema.
Conociendo a Mr. Bond
Lo cierto es que para estas alturas, la relación Fleming – Bond empieza a funcionar con mayor soltura. Y no en el aspecto literario, sino en el formal.
Fleming comienza a presentarnos a su amigo Bond, a abrir el juego para que le conozcamos. Nos cede detalles para que comencemos a armar ese rompecabezas al que a pesar de más de quince libros, veintidós películas y sesenta años, le siguen faltando piezas o, lo que es peor, siempre aparece alguien dispuesto a rediseñar el original y agregarle una parte nueva. Así no hay cuerpo que aguante, jamás veremos el puzzle acabado.
A la descripción que nos diera en “Casino”, más algunos detalles sumados en “Vivir”, ahora vamos agregando algunos tips para seguir armando el dibujo. De tal manera nos enteramos, por ejemplo y al pasar, que Bond, además de su altura y lo espigado de su contextura, tiene espaldas anchas. Al menos así lo indica una observación hecha en momentos que mete y saca su cuerpo del ascensor, yendo desde la galería de tiro hasta la planta donde se ubica su oficina. Por cierto, también hay detalles del lugar donde Bond pasa la mayor parte del tiempo entre asignación y asignación.
Hay tres Doble Cero en servicio y todos comparten el mismo lugar de trabajo. Un gran y amplio despacho amueblado con tres mesas de trabajo y todos los complementos necesarios para el trabajo de oficina. Aquí nos enteramos del nombre de otro Doble Cero, Fairbanks, de quien se tomara su identidad para incluirlo en el asalto al Peñón de Gibraltar, durante los pre títulos de “The Living Dayligths” cuando tres Doble Cero (Bond incluido) son emboscados por un espía ruso durante un ejercicio de infiltración.
Según el informe del que Bond se provee, Fairbanks se halla descansando brevemente en Berlín luego de una misión. Mientras, el otro Doble Cero, 0011 de quien se desconoce otro dato, se halla extraviado en algún lugar de Singapur.
Los datos complementarios que obtenemos de pasar un rutinario día de servicio con Bond en la oficina, nos da una idea de por qué es tan inquieto al faltarle la acción a la que está acostumbrado. Las misiones que demandan a un Doble Cero solo se presentan en dos o tres oportunidades al año para cada uno. Esto último lo deduzco yo mismo dado que si solo en dos o tres ocasiones anuales se requieren ciertas habilidades particulares de uno de estos operativos, los dos que quedaran fuera de servicio se atrofiarían rápidamente. El resto del tiempo lo pasa en la oficina leyendo cantidad de informes y reportes, analizando material y llenando formularios para hacer circular la información por canales del Ministerio y el Servicio. Los documentos viajan a través de un par de bandejas rotuladas “Entradas” y “Salidas” y de su secretaria, la Srta. Ponsonby, a quien testea regularmente acerca de su potencial sexual y la forma de franquear la barrera tras la que deja a todo aquel que se le insinúa.
Eso sumado a las prácticas de tiro y lucha, algún que otro adiestramiento especial y una interconsulta con otro departamento es el grueso de la tarea de este empleado público de la Reina en la década de los años 50. Por fuera de lo formal, su vida transcurre en una rutina tan común como improductiva desde nuestro actual punto de vista post new age. Bond no tiene ningún tipo de planteo espiritual, ni religioso ni existencial. Fuera de su trabajo su vida discurre entre su casa, un modesto pero bien ubicado departamento, que atiende una ama de llaves escocesa, clubes de hombres y salidas para jugar golf.
Sus comidas las toma en la cantina del Servicio o eventualmente donde la noche lo encuentre, por lo general jugando cartas en alguno de los clubes que frecuenta (siempre dentro de la esfera de gente del Gobierno) o en compañía de una de las tres mujeres con las que mantiene una relación sostenida y regular; con la falta obvia de formalidad y compromiso que ello implica. El deporte queda pendiente para los fines de semana en los cuales dedica tiempo a la práctica del golf, especialidad en la que se muestra muy bien aplicado.
Yendo más a lo personal, muestra una pizca de intimidad que puede asociarse a varios aspectos en cuanto a dinero se refiere. Su renta anual es bastante modesta, pero compensa con los extras que recibe como reembolso en cada viaje que hace durante sus asignaciones. No obstante esto, tiene la férrea consigna de mantener a resguardo en su cuenta la minima cantidad de dinero posible: tiene el convencimiento absoluto de que llegado el momento de su muerte, no quiere dejarle al estado más de lo mínimo necesario.
¿Por qué esta tesitura? Supone que el tipo de trabajo que lleva a cabo lo expone a un juego de suerte y verdad repartido en partes iguales de cincuenta y cincuenta, referido a la vida y a la muerte.
Según una cita que se hace respecto de éste tema precisamente, puede inferirse (ateniéndose a ciertos datos cruzados) que su edad para este momento (1955) es de 37 años. Sería un poco tedioso explicarlo aquí, por lo que recomiendo vayan al libro y revisen las primeras veinte páginas para certificarlo. Aunque a mi favor está el hecho de que, en oportunidad de visitar el exclusivo club Blades, llamando la atención de una bella camarera que se le insinúa, ésta calcula que el atractivo hombre está en los treinta y pico.
Pero bueno, tal vez estamos entrando tanto en lo particular de Bond y su vida privada que olvidamos que estamos frente a una inminente convocatoria de la Reina para que uno de sus mejores agentes resuelva un conflicto que de seguro implica riesgo para la seguridad de Inglaterra y sus Estados Soberanos. Pues bien, a eso vamos ahora. No sin antes aclarar que no será la Reina quien demande los servicios de Bond, sino el cascarrabias de M. Y tampoco será en principio una cuestión de estado, en absoluto. Transcurre tan poco interesante ese lunes por la mañana, cuando Bond es convocado por M a su despacho, que por momentos me recuerda mis propios lunes de mañana cuando arrancaba la rutina semanal de trabajo con una reunión de plana mayor de la firma en la que trabajaba. Lástima que no tenía licencia para matar a nadie.
Es interesante cómo en el inicio de la entrevista entre Bond y M nos enteramos de ciertos cierres referidos al último trabajo del Comandante en el Caribe.
Parece ser que a estas alturas el Gobierno está litigando duro en la corte internacional de La Haya para hacerse con los derechos que permitan la repatriación del enorme tesoro en oro hallado en Jamaica, gracias a los tácitos servicios de Mr. Big, y que por derecho histórico pertenecería a Inglaterra.
Bueno, después de todo fueron piratas a su servicio quienes con gran trabajo y dedicación se lo robaron a españoles, franceses y holandeses que navegaban por allí plácidamente. No es cuestión de desentenderse del arduo trabajo llevado a cabo por los aplicados seguidores de Morgan y Barbanegra.
La cuestión es que, yendo al punto, la cosa está tan tranquila en el Servicio que M le pide a Bond un favor personal y muy especial: desenmascarar a un caballero de la Reina de quien se sospecha hace trampas en los juegos de naipes.
Dueño de uno de los exclusivos doscientos pases que permiten el ingreso al selecto club Blades de Londres, el hombre en cuestión también es un héroe nacional y mecenas armamentístico de Inglaterra, por lo cual hay que llevarlo con cuidado. El elitista recinto donde toda la crema y nata de la sociedad oficial británica (Banqueros, militares, miembros del Parlamento y personalidades del gobierno) posee un asiento para departir y distraerse amablemente con sus amigos, conocidos y colegas, es el escenario de una puja insólita a través de la cual Bond va a ganarse ciertos odios profundos.
Es así que 007 se ve envuelto por azar en una de las situaciones que más le agradan: jugar cartas, hacer su trabajo atrapando a un estafador y, por si fuera poco, disfrutar de una velada soberbia en uno de los mejores lugares de Londres, cena y bebida incluidos.
¿Bond Vs.…?
Otra constante reconocible de Fleming a estas alturas es su obsesión con los Némesis de Bond, los antagonistas. No le alcanza con exacerbar los dotes de su paladín (Alto, apuesto, buen mozo, viril, seductor, astuto, inteligente) que tiene por costumbre ya, contraponerlo frente a lo que hoy día denominaríamos un “freak”, ¿Qué es un “freak”? Un fenómeno, en el sentido literal de la traducción. Alguien que reúne ciertos rasgos que lo convierten en un ser fuera de lo normal, pero no respecto a lo bueno. Todo lo contrario. El “freak” es el señor de las tierras bizarras, de los reinos al revés, de todo aquel lugar donde el concepto de “normalidad” se entienda ciento ochenta grados en contra de lo convencional.
A la galería iniciada con Le Chiffre y seguida con Mr. Big, ahora Fleming la decora con una nueva pieza de exposición: Sir Hugo Drax.
Su historia se revela a partir de los dossier y el esquema ya presentado con anterioridad. También se repiten ciertos recursos. Parecería que para ser buen villano no basta con poseer una esencia maléfica y un deseo irredimible de doblegar a las sociedades civilizadas. Además hay que llevar sobre las espaldas un origen confuso, una historia que no brinde demasiadas precisiones biográficas y añadirle al cócktail hechos que rocen la leyenda, haber atravesado circunstancias en las que cualquier otro ser humano no hubiese sobrellevado y surgir del lodo para ganar la gloria. Obvio que todo esto está puesto adrede a fin de que la conquista del héroe sea aún más notable. Contra alguien normal lucha cualquiera; el héroe batalla contra perfiles imposibles. Y los vence.
La historia dice que Sir Hugo Drax se halla en un cuartel aliado, en medio de la Europa nazi de la Segunda Guerra, cuando un grupo de saboteadores alemanes lleva a cabo un ataque que deja un tendal de muertos y heridos. Amnésico y semi desfigurado, Drax sobrevive de milagro y, como en el caso de Le Chiffre, termina inventándose a sí mismo a partir de este hecho y con la ventaja de no tener pasado. Otro punto en común con el villano de “Casino”.
Su historia posterior es poco menos que increíble y que solo en una época de posguerra podría darse. En diez años pasa de tullido a multimillonario y en momentos en que “Moonraker” transcurre, se erige como una especie de mecenas armamentístico que desea compensar todo lo que Inglaterra hizo por él donando la tecnología, el desarrollo y la construcción de un misil con capacidad nuclear que desde Londres puede alcanzar cualquier capital europea. La idea de esta arma, se dice, es netamente defensiva: nadie osará ir contra Inglaterra a riesgo de ser usada en represalia.
El tema es que quien fuera designado por el gobierno para vigilar la seguridad del complejo, ubicado en las afueras de Londres, es asesinado en un confuso episodio con el posterior suicidio de su ejecutor. Bond entonces es comisionado para reemplazar al malogrado jefe de seguridad, encontrándose en el lugar con una galería de colaboradores digna de quien financia el proyecto: todos son alemanes ascéticos que lucen misteriosos mostachos (¿?)
Para comentarios curiosos vale hacer un aparte en el siguiente, al principio del capítulo 19, mientras Bond trata de elucubrar una teoría para justificar la desaparición de la heroína y los planes que el sospechado Drax de seguro está tramando, el agente llega a la conclusión de que una de las potencias extranjeras que debe estar detrás del posible sabotaje contra el “Moonraker” es… ¡Argentina! Me encanta. Siempre sabemos ganarnos un lugar importante en las tramas de varias historias literarias o cinematográficas. Nunca bueno, pero ya. Que le vamos a hacer.
Lo cierto es que para cuando el fondo de la cuestión se devela, el vello de varias espaldas se erizan: El objetivo es hacer caer el misil sobre Londres el día en que se lleva a cabo la primer prueba de vuelo, en reemplazo del objetivo sobre el cual debería ir en una plataforma flotante en medio del océano. Y no es poca cosa.
Como relacionado a la trama no hay mucho más para agregar, salvo el cierre, me seduce la idea de seguir levantando datos y referencias que ayuden a saber más de la intimidad de Bond.
A veces pienso lo curioso que representa conocer detalles de cómo Bond liquida a un objetivo (léase ser humano) a cambio de desconocer ciertas particularidades obvias de su vida, como nombrar a tres amigos por ejemplo o mostrarlo en una relación con alguien, por fuera del sexo casual del que se provee en cada libro. A este punto debo hacerle una aclaración: si nos ajustamos estrictamente a los datos, la historia nos dice hasta aquí que de dos veces en las que Bond estuvo frente a una mujer (me refiero a las referentes de cada libro) salió empatado en el score. Un cero grande como una casa en “Casino” y un punto a favor con Solitare en “Vivir”. Y esperen a saber el resultado en el presente libro.
Entiéndase que no es una crítica. Es solo que estoy convencido de que no se ha hecho una buena relectura del asunto hasta hoy, y por ello trato de ser minucioso. Al final el buen James todavía, hasta aquí y luego de tres libros, no explotó como símbolo sexual y con lujo de detalles.
Hablando de detalles, y cambiando de tópico, una vez más Fleming reafirma la experiencia de Bond en el manejo de los naipes y el conocimiento de los casinos haciendo referencia a un entrenamiento específico recibido con motivo de una asignación especial para ir por unos rumanos en Montecarlo.
El lugar donde se lleva a cabo este juego es un exclusivo club de hombres situado en Londres, el Blades, del que Fleming hace un relevamiento minucioso en cuanto a sus orígenes e historia. Es muy interesante este inserto que casi entra de colado en una historia que, a priori, no parecía tener mucha tela para cortar. En función de esto, y a falta de haber otra cosa que contar, tenemos acceso por el mismo precio a sentirnos parte de este elitista reducto a punto tal que Brevett, un clásico que heredara su puesto de trabajo a través de la herencia familiar, nos reconocería si debiera abrirnos la puerta en caso de pasar por allá.
En tren de citar puntos altos en cuanto a revelar detalles de la cotidianeidad de Bond, el Servicio y M, tenemos aquí oportunidad de estar parados en un rincón del despacho de M, en el octavo piso del edificio de Regent´s Park, en tanto se discuten detalles sobre la seguridad nacional. Por ejemplo, alguien tiene la confianza y el poco tino de revelar el nombre de pila de M en un momento sumamente tenso. El gruñón jefe de Bond se llama Miles. En otros libros podemos obtener también su apellido y su origen de servicio, antes de hacerse cargo del MI6: Messervy, Almirante Miles Messervy. ¿Qué tal?
También podemos a estas alturas saber que M tiene tres formas de dirigirse a Bond y que cada una de ellas depende del momento y la necesidad frente a la que se encuentran. Cuando la situación es distendida y conlleva algún rasgo personal, M se dirige a su subordinado por su nombre de pila: James. Esto hace que 007 se relaje y comprenda que su jefe está a punto de participarlo de algo sumamente íntimo y que se otorga ese privilegio en función de la confianza depositada en él al haber resuelto tantos problemas en nombre de la Reina. Por supuesto que esto no lo exime de mantener el protocolo y seguir respondiendo al trato respetuoso que es usual frente a su jefe. El trato confidente viaja en un solo sentido, de M a Bond.
Cuando la cosa viene en la esfera de asuntos oficiales, Bond escucha de labios de su jefe ser nombrado “007” a secas y de poco humor. Ahora, cuando las papas están realmente calientes y no se las puede atajar a mano pelada es el apellido el que suena como un latigazo. Y ahí todo el mundo sabe que tiene que sentarse calladito en un rincón y escuchar. Es la única advertencia que se va a recibir respecto de estar en la antesala de un momento álgido.
Para volver al eje y cerrar esta nota (No desesperarse, que seguiré torturando sistemáticamente a quien ose seguir leyéndome, ya que continuaré con la seguidilla de análisis), cumplo en poner el broche de oro respecto a la resolución del libro.
El primer punto fuerte del final es la revelación acerca de quien es en realidad Sir Hugo Drax. Un puñetazo directo al estómago de los ingleses y del lector. Si bien la historia está medio traída por los pelos, pongo a su favor, como dije antes, el hecho de que en aquellos tiempos de posguerra los gobiernos y el mundo en general estaban sumidos en un caos atroz. Por tanto esto, la explicación que Fleming da para justificar la aparición del pelirrojo Drax termina siendo aceptable. Aunque después de tanto tiempo de haberlo leído, no recordara que fuera tan fuerte.
Es obvio que Bond y Gala salvan a Londres de ser devastada, eso no es novedad. Lo que sí lo es, y aquí va la tercer anotación para el score particular de 007, es lo que nos revelan las últimas dos páginas del libro.
El primer ministro, Mr. Anthony Eden, sucesor nada menos que de Sir Winston Churchill quien en esa epoca llevaba poco tiempo de retiro luego de ser nombrado primer ministro por segunda vez en diez años, saluda el servicio de Bond en una conversación telefónica con M, presenciada por el agente. De esta manera M le comunica que en tanto el Servicio no acepta este tipo de reconocimientos, sí lo hace Scotland Yard. Por lo tanto, la srta. Gala Brand se hace merecedora de la Orden de San Jorge, que le será entregada en la tarde del día siguiente. A este punto, M le ordena a Bond desaparecer por un mes hasta que los ecos del final del “Moonraker” se acallen y para ello lo comisiona a elegir el lugar que mejor le siente para unas vacaciones de treinta días acompañado de la srta. Brand. El futuro no podía ser más promisorio para él luego de todo por lo que ha pasado, asi que terminado su horario de oficina va al encuentro de Gala a fin de ultimar detalles para el día siguiente y los que estan por venir. La sorpresa le cruza la cara de forma violenta ni bien la joven se le aparece.
Ataviada con el mismo buen gusto y sensualidad que el día en que la viera por vez primera, Gala se presenta a la cita con una actitud fría y distante. Un hombre joven la acompaña y espera más allá. El saludo es solo un estrechamiento de manos. La distancia es más que real. Y el motivo más que justificado. El hombre que la espera es su prometido. Ya durante el transcurso de la historia, ella se lo había comentado a partir de lucir un anillo de compromiso. De manera erronea, Bond supuso que era parte de su personaje para desalentar las insinuaciones de Drax. Fin del tema. No hay vacaciones ni mas contacto, ni nada. No obstante esto, Gala insiste en que Bond asista a la ceremonia de reconocimiento del día siguiente. Bond declina amablemente y la chica se retira. Fin de la historia. Chicas 2, Bond 1 y con el corazón doblemente roto y su orgullo herido de muerte. Pero por el contrario, en vez de reconocerse derrotado se retira con la frente alta… Y el corazón congelado cinco grados más que cuando movió la llave después de Vesper. Tal vez en este punto sea en realidad donde Fleming inicia de verdad el viaje por el que llevará a este hombre en los años siguientes. Creo que en este punto, el solitario Comandante ya sabía que tan solitario sería su destino. Por lo tanto, en quienes descargaría su desagrado sería en los chicos malos.
No solo de pan vive el hombre, dice el dicho. Por eso Bond intentará de aquí en más vivir (o sobrevivir) con lo que una cama caliente le deje, dure lo que dure y nada más, y con el sucio placer de saber que con cada jalamiento de gatillo Inglaterra le estará un poco más agradecida, su corazón bajará su temperatura un par de grados más y una palada más de tierra lo irá sepultando tristemente en vida.
Marcelo Branda