Crítica literaria del segundo libro sobre James Bond escrito por Ian Fleming

“Vivir y Dejar Morir” fue mi llave de entrada al mundo de James Bond.

La primera y fascinante experiencia de ver al primer héroe humano que no lidiaba con el mundo a través de súper poderes, recuerdo que me dejó anonadado. Claro que después fui entrando en conciencia del significado tóxico que implicaba el arsenal de gadgets que utilizaba y poco a poco ese concepto fue desapareciendo.

Previo a eso, el primer acercamiento fue a partir de la presentación del trailer que “Telenoche” (Noticiero histórico del Canal 13 de Argentina) hizo de “Los Diamantes Son Eternos”. Pero “Vivir…” fue algo por completo diferente.

Recuerdo con detalle una tarde nublada de principios de otoño cuando volví del colegio porque me sentía descompuesto. Aunque no lo crean, del colegio llamaron a mi casa para saber si mi madre me autorizaba a volverme. Con lo cual, quinto grado, diez años, 1973, la escuela me dejó caminar solo las cinco cuadras hasta mi casa y estar allí a las tres, liberado de las clases. Increíble para ésta época ¿no?

Llegué y lo primero que atiné a hacer al entrar fue pararme frente al televisor. Un programa de la tarde que miraba mi abuela (casualmente también por el 13) mostraba el único corte con el cual se promocionaba la primer película en la que Roger Moore se metía en la piel del agente.
Hipnotizado, quedé clavado como una estatua viendo los dos o tres minutos que pasaron, en los cuales Moore se liberaba de sus ataduras con un Rolex de sueño y se balanceaba con agilidad fuera de la plataforma en la que estaba atrapado para agarrarse a las piñas con un negro grandote e impresionante, conocido luego como Mr. Big (Yaphet Kotto).

De ahí al día que mi madre me llevó al cine de San Martín para ver el estreno, hubo solo ansiedad.

A tal punto llegaba mi obsesión que en el mismo momento en que yo estaba en el cine, mi padre se estaba embarcando para Italia en un viaje de dos o tres meses. Nada me importaba. Yo estaba donde quería estar.
Moore llenó la pantalla y yo compré a Bond a través suyo. Connery, me disculparan los mas viejos, era un desconocido para mí, Moore era casi de la familia. Me pasé tardes largas durante muchos años tomando la leche disfrutando a Piluso pero con la atención puesta en “El Santo” y cuando este ñato aparecía con ese auto blanco de dos puertas, al son de esa música que uno tarareaba cuando jugaba a ser él, la piel se te ponía de gallina y disfrutabas como loco de esas aventuras repetidas, en riguroso blanco y negro, que uno veía una y otra vez como si siempre fuese la primera.

“Vivir…” en su versión fílmica, fue maravillosa. Aunque hoy, vista a la distancia, se la pueda criticar por ser un poco “kitsch” solo por reflejar la fotografía de la época a través de la moda y sus propuestas.

Fuera de eso, el porte ingles de Moore, el reloj, la caminata sobre el lomo de los cocodrilos, la llegada a la isla en ala delta y confrontación final en las cuevas con Mr. Big y el Barón Samedí (¡Qué miedo me metía el morocho ese!), la que yo había visto unas semanas atrás en casa, fueron los íconos que la definieron y aún hoy la posicionaron como una de las pélis Bond más queridas por los fans.

De esa versión fílmica al libro hay un trecho largo, con muchas diferencias. Pero lo que une a ambas expresiones de la misma idea es la corriente de aventura, la atmósfera exótica y la conformación del perfil del héroe que queda de manifiesto tanto en la primera como en el segundo.

Para estas alturas, el segundo libro, Fleming parecía haberse hecho más amigo de Bond, conociéndolo mejor y dándose permiso para ir un poco más allá de “Casino Royale” en la exploración del personaje, pero no mucho. No sea cosa de que al inglés se le chifle el moño. Nadie quisiera ver a Bond enojado. Preguntale a Le Chiffre y compañía si no.

Fleming se permite aquí entrar más en la intimidad de Bond y tanto por sus pensamientos como por las reflexiones que hace al estar solo, uno se adentra un poco más en la mente de este sujeto oscuro y anónimo que, pese a toda la experiencia y el trajín, desconfía de todos pero siempre le da la derecha a la dama de turno que lo sumerge en dolores de cabeza de padre y señor nuestro.
 
The Undertaker Wind y las playas caribeñas. Un cocktail Bond típico.
 
Para este momento de la historia, y leyendo con un poco de atención, el lector que aborde “Vivir y Dejar Morir” (el segundo libro de la saga que Fleming redacta) podrá descubrir con bastante claridad lo acotado que resultaba el buen hombre como escritor. O tal vez haya sido el modelo de estructura literaria de la época para ese tipo de historias. Fleming es bueno poniendo detalles; pero, tal como sucedería después en las películas, cada novela está escrita bajo un rígido esquema del que tal vez solo se salte sobre el final de su carrera con libros como “Confidencial”, “Octopussy” y “El Espía Que Me Amó” (Y no “La Espía…” que es un titulo creado en exclusiva para la película) Lo cierto es que a partir de aquí, Fleming establece una fórmula, una estructura, sobre la cual monta cada aventura de Bond y la repite idéntica, salvo contados puntos, a lo largo de toda su producción literaria.

Surge un problema que le quita el sueño a M; M convoca a Bond y explica el tema; Bond va a donde le dicen; encuentra al villano de turno que siempre estará con una dama en peligro cerca; Bond intentará desarticular al villano; falla y es capturado pero escapa; toma distancia para reagrupar fuerzas y volver en un ataque final, donde invariablemente el villano será vencido y la chica rescatada. Eventualmente Bond quedará mal herido, lo cual justificará un descanso merecido para disfrutar con la muchacha de turno. Durante este periodo de “Luna de Miel” Bond aprovechara las virtudes de la dama y tendrá tiempo de sacudírsela de encima para que la siguiente misión lo encuentre como la anterior: solo, un tanto aburrido y con necesidad de volver a la acción.
 
En “Vivir…” varios son los tópicos sobre los que Fleming va y castiga sin piedad.

En primer lugar muestra a la cultura americana como una especie de grupo humano impersonal, mecanizado, perseguido más que su contraparte europea por una paranoia nuclear, que se muestra a través de cómo ve Bond los distintos lugares que recorre. Los carteles señalando refugios contra bombarderos, las señales de no detenerse sobre los puentes, hacen referencia a rastros de la reciente secuela que la Guerra dejó.

La observación del tipo de automóviles que los americanos conducen y la rotación consumista de sus recambios anuales, son para él símbolos que ponen distancia entre primos y que a la vez aparecen como signos que intentan volver a introducir a la sociedad en un estado de normalidad pos guerra. Parece que hasta este punto nadie percibió que el legado que quedó es potencialmente mucho más peligroso que la amenaza que terminó. Adiós Hitler y nazis, bienvenido Stalin y ejércitos comunistas.
En segundo lugar, el sector desde donde el Imperio siente venir la amenaza en ese momento, debe haber sido de seguro uno de los puntos fuertes sobre el que se apoyaría la controversia de la novela. Los malos son nada menos que hombres de raza negra, asociados a los rusos comunistas y dedicados (por si lo anterior no alcanzara) a actividades delictivas y de contrabando, sumado a la administración de toda una red de tugurios, bares y prostíbulos ubicados en el glorioso y otora famosísimo barrio del Harlem neoyorquino. Un bochorno total para la cultura occidental y cristiana de la época; una exageración, una potenciación al máximo de la fantasía del villano más extremista que una mente racista y paranóica pudiera crear.

Para algo escrito en la década de los cincuenta (recordar “Mississipi En Llamas”), insisto, no fue poca cosa meterse con una cuestión social y racial tan en boga.
 
Bond llega a América por primera vez después de la guerra (según nos enteramos por datos aportados por el autor) enviado por M para investigar la aparición de un tesoro antiguo, que data de los años de piratería británica en el Caribe, y que está siendo utilizado para financiar actividades delictivas y de espionaje. Quien está detrás de todo esto es un tal Bonaparte Ignacio Gallia, un exponente particular de raza negra, mitad haitiano mitad francés, cuyo rasgo distintivo a la vista era una crónica enfermedad del corazón que hacía que su piel estuviese teñida de un tinte grisáceo. Este detalle sería utilizado por Mr. Big (contracción de las iniciales de su nombre) para refrendar la leyenda que lo presentaba como el zombie, la encarnación misma, del Barón Samedi, el Príncipe de las Tinieblas de acuerdo a las creencias religiosas de los descendientes afro americanos. Este elemento no es menor, ya que será la llave de control sobre toda una comunidad que el buen Mr. Big utilizará para que sus ambiciosos planes se puedan concretar.

Lo cierto es que Bond va introduciéndose de a poco en un mundo que le es por completo desconocido, con la ventaja de la ignorancia en lo que a religión y sugestión respecta. Es este desconocimiento lo que le hace ver las cosas tal cual son: un hábil manipulador que administra la voluntad de gran parte de la población delictiva negra, basada en el efectivo método del miedo y la violencia. El recorrido de 007 queda sembrado de cadáveres por los sitios que va visitando. Los anónimos colaboradores del Big surgen de cualquier lugar donde hombres negros trabajen o vivan. Camioneros, vagabundos, rateros, changarines de estación, guardas de tren o boleteros conforman una red controlada en forma de pirámide en cuya cúspide está el omnipresente haitiano-francés.

A duras penas Bond logra sacudirse de encima la asfixiante e implacable persecución que lanzan sobre él. Solo para hacer un alto y planear el último y definitivo golpe que determinará quien es el vencedor en la puja.
 
Tal vez aquí también se vislumbren aristas sobre las que Fleming volverá más adelante y que no le son desconocidas. Bond es un conocedor experto del mundo submarino, del mismo modo que su padre literario. Para una época en la que Cousteau terminaba de perfeccionar su memorable invento luego de diez años de trabajo (la escafandra autónoma de buceo) era de esperarse que fuese Bond uno de los primeros privilegiados en dominar tal arte. El asalto final a la guarida del mafioso es solo un adelanto de lo que está por venir; Bond volverá a demostrar sus capacidades físicas y sus habilidades para el submarinismo el “Dr. No”, “Operación Trueno” y “Solo Se Vive Dos Veces” por citar algunos casos.

De todas formas, para ser su segunda historia, no es de extrañar que quienes auguraron un futuro promisorio fueron visionarios. Esta historia da la prueba de que la anterior no fue casualidad, el autor sabía de qué hablaba, y por si eso no alcanzara tendría otros doce libros y aparecerían luego veintidós filmes para demostrarlo.

Recomendación: busquen alguna edición o bájenlo de Internet; de alguna manera échenle el guante a una de las mejores novelas a las que Fleming ha podido dar a luz, junto con las tres mencionadas más arriba.

Ultima reflexión: ¿qué pensará Barack Obama de “Vivir Y Dejar Morir”?
Marcelo Branda