La apasionante vida del productor de las primeras películas Bond junto a Albert R «Cubby» Broccoli
Harry Saltzman es el coproductor de las primeras nueve películas Bond, juntamente con Albert R. «Cubby» Broccoli. Entre ambos consiguieron el reto de llevar a la gran pantalla las aventuras de James Bond escritas por Ian Fleming.
Poco se sabe de sus inicios. Nació en St John, New Brunswick, Canada, el 27 de octubre de 1915. Su madre murió joven, se llamaba Dora, y él se escapó de casa a la edad de 15 años. Su espíritu emprendedor y su pasión por los escenarios le condujeron a convertirse en un talentoso director de la revista de Bodevil de Long Island. Dos años después ya era propietario de un circo en Canadá gracias a la pequeña fortuna conseguida en el teatro.
La Segunda Guerra mundial pilla a Harry Saltzman en Francia, aunque no quedan claras cuáles fueron sus actividades en este periodo. Estaba en la división de transporte del ejército canadiense, aunque terminó trabajando con la RAF y viviendo en París. Era un oficial de campo que hacía algo relacionado con los servicios secretos, trabajando con la OSS, y desempeñando tareas clandestinas que nunca quedaron claras.
Lo que sí queda claro es que se labró un importante grupo de amistades repleto de guionistas y agentes de teatro de París de la época que le convirtieron en la persona de contacto por excelencia cuando se trataba de conseguir una función o un actor. Fue en París donde conoció a quien sería su esposa, una Rumana que debido a la guerra había huido de su pais juntamente con su familia.
Los principios de su carrera como productor no fueron fáciles, vivía en habitaciones de hotel de otra gente, a veces incluso en sus bañeras, intentando que todo siguiera en marcha.
En 1956 produce su primera película Faldas de acero, donde descubre su verdadera vocación y no tarda en fundar Woodfall Productions junto al director Tony Richardson y y el dramaturgo John Osborne. Entonces se dirige a Londres para producir Mirando hacia atrás con ira, una película que hizo época introduciendo un nuevo género: el realismo descarnado. Saltzman consideraba que los mejores guiones se encontraban en el teatro, pero se percató que muy poca gente iba al teatro y su capacidad visionaria le permitió ver que la forma de que la gente viera estas obras era llevándolas al cine.
Las películas producidas en Woodfall fueron básicas para que descubriera la dirección que quería seguir y Saltzman estuvo muy satisfecho de ellas. Sin embargo, a pesar de las buenas críticas, las cintas no fueron muy rentables y la familia crecía. Saltzman no entendía mucho de dinero y lo gastaba todo, así que con el deseo de hacer algo más rentable obtiene una opción de compra de las novelas de 007 por un precio de $1000. El riesgo financiero era enorme y la gente recelaba de su habilidad para los negocios pero finalmente obtuvo los derechos y Broccoli se le unió años después.
Saltzman y Broccoli tenían personalidades distintas aunque a ambos les entusiasmaba Bond y eran muy creativos e innovadores. El primero aportaba inquietud, dinamismo, era el duro, un torbellino. Tenía malas pulgas y perdía los estribos con frecuencia con arrebatos de ira, especialmente si veía que alguien no estaba dando todo lo que debería, pero se olvidaba del tema rápidamente. Por su parte, Broccoli era la parte tranquilizadora, más contenido y centrado, era el adorable. La pareja formó un formidable y exitoso duo que entre 1960 y 1965 les llevó a convertirse en personas ricas gracias a las películas Bond.
El éxito de las películas permitió a Saltzman vivir y vestir como un rey, con ropa estrafalaria, como por ejemplo calcetines rojos, trajes amarillo plátano con sombreros a juego o pañuelos en el bolsillo superior de la chaqueta. Además, se compró una casa de ensueño en el campo llamada Woodland Park, una mansión impresionante con caballos, karts para los niños, bodega personal y una piscina en la planta de arriba, donde solía firmar acuerdos o se reunía con guionistas y montadores mientras él se sentaba en su sillón flotante. Curiosamente, Saltzman no sabía nadar.
Extravagante incluso en sus detalles, hizo que Johnny Stears, jefe de efectos especiales, montara una detallada maqueta de tren, que bajaba del techo automáticamente para posarse sobre la mesa de ping pong, sólo para su hijo a quien se la entregó como regalo de cumpleaños. Sus extravagancias llegaban hasta sus dos perros pastores alemanes, llamados «James» y «Bond».
Harry Saltzman tenía la costumbre de quejarse de las comidas de los restaurantes y de los rodajes. No le importaba devolver los platos a la cocina las veces que fueran necesarias, independientemente de la opinión del resto de comensales, algo que enojó a Gert Fröbe de James Bond contra Goldfinger en una comida que celebraron en Finlandia. Pese a ello, estos arrebatos caían bien ya que los hacía con razón. Cubby Broccoli dijo «Si Harry hubiera asistido a la última cena, habría devuelto la comida».
Otra extravagancia fue la protagonizada con George Lazenby con quien iba en su Rolls-Royce nuevo. Lazenby le dijo bromeando «El cenicero está lleno. Deshazte del coche» y Saltzman le dijo al chófer «Deshazte del coche la semana que viene. Compra uno nuevo».
En el terreno laboral, disfrutaba pensando en formas de morir glamurosas, al estilo de Hollywood, que quedaran bien gráficamente y que transmitieran al público un sentido de venganza. Los tiburones eran sus preferidos. En general disfrutaba imaginando artilugios y grandes escenas o pensando en el «más difícil todavía». Por ejemplo, el mapa que Connery observa en Diamantes para la eternidad inicialmente colgaba de la pared, pero fue idea de Saltzman que estuviera en el suelo. El 80% de sus ideas se descartaban por disparatadas, como por ejemplo la que siempre proponía al inicio de una nueva película: poner a James Bond dentro de una secadora; pero el 20% restante eran fantásticas.
Debido a su importante problema de concentración, insistía mucho en el ritmo que debía tener una película para entretener. Lo comparaba con pequeñas montañas que terminaban con una gran montaña, el climax final. Esta misma inquietud fue lo que empezó a deteriorar la relación con Cubby Broccoli, ya que éste prefería concentrar todo su tiempo en James Bond, mientras que Saltzman prefería realizar actividades paralelas considerando que Bond era la base de un futuro imperio de negocios y, desgraciadamente, empezó a involucrarse en tantas áreas que no daba abasto (inversiones en Technicolor, una empresa de cámaras francesa,..), cosa que sobrepasó sus capacidades financieras. Finalmente, en 1975, 15 años después de obtener los derechos de las novelas de Fleming, las deudas le obligaron a vender su participación a la United Artists por 20 millones de dólares.
Harry Saltzman era devoto de su mujer Jackie a quien se le diagnosticó un cáncer incurable. A partir de ese momento empezó a perder la concentración y se deprimió. Las leyes fiscales cambiaron en Inglaterra y en 1976 se trasladaron a St. Petersburgo, Florida, donde habían adquirido una casa el año anterior. Michael Caine, Ursula Andress y George Lazenby fueron unos de los pocos amigos que continuaron el contacto con el productor. Jackie finalmente murió.
Para la premiere de Solo para sus ojos, Topol sugirió a Broccoli que invitara a Saltzman, y el reencuentro dejó bien claro el aprecio mutuo que se tenían al margen de las diferencias en los negocios, algo que alivió a ambos.
Tras abandonar la serie, Harry Saltzman produjo dos películas más: Nijinski y El tiempo de los gitanos. También volvió a su primer amor, el teatro. El 29 de septiembre de 1994, a la edad de 78 años, Harry Saltzman muere de un ataque al corazón.