Desde los inicios de Ian Fleming como escritor hasta el éxito de James Bond como producto e icono cultural en su contexto histórico

Para entender el meollo del éxito que este invento que mencioné en mi anterior nota tuvo, es obligación hacer un poco de historia.
 
Ian Lancaster Fleming nació el 28 de mayo de 1908, en Londres y en el seno de una familia acomodada donde el brillo de su hermano mayor, Peter, lo opacó desde siempre.
 
La obligación de llamar la atención por sobre la que su hermano generaba, llevó al pobre Ian a intentar distintas y variadas formas de conseguir ese golpe de suerte que lo aleje del anonimato.
 
Peter era por ese entonces un autor reconocido y admirado en los círculos que frecuentaba. Ian no pudo lograr lo mismo ni siquiera yendo a arriesgar el pellejo a Rusia, en el inicio de su carrera como cronista, a cubrir un juicio que se le seguía a dos desconocidos acusados de espionaje. Casi él mismo queda encerrado en las temibles cárceles de Moscú en este proceso.
 
Para el comienzo de la guerra, ciertas particularidades de su formación y contactos más que precisos, lo ubican en la esfera del Servicio de Inteligencia Naval como secretario de su director, de donde se nutriría de todo el trasfondo que luego volcaría en sus novelas. El tiempo de guerra transcurre sin mayores altibajos, lo cual no es poca cosa. Que no te pase nada importante en medio de una situación como esa demuestra una de dos cosas: o estás en esta vida de regalo, viendo como todo pasa a tu alrededor como espectador de privilegio o eres un inútil al cuadrado que jamás entendió en que parte del cuadro acomodarte para salir en la foto.
 
Terminada la guerra, en 1945 acepta un trabajo en una importante organización dueña de más de una docena de periódicos en Gran Bretaña, entre los que sobresale el London Sunday Times. La Kemsley Newspapers lo contrata como una especie de Gerente de Temas Extranjeros y Fleming firma obteniendo una concesión a priori: dos meses de vacaciones pagas por año para disponer de tiempo para disfrutar en su retiro de Orcabessa, Jamaica.
Allí se hizo de una acogedora casa de tres cuartos con caleta propia a la cual bautizó “Goldeneye”, nombre tomado de una novela de Carson McCullers “Reflections in a Golden Eye” y cuyo nombre también estuvo relacionado a cierta operación que él concibió para la Naval, en tiempos de servicio de guerra.
 
El escenario estaba montado y solo faltaba que ciertas piezas se combinen para dar paso a la magia.
 
Aunque les resulte gracioso, la creación del personaje más famoso y trillado dentro del ámbito del espionaje fue creado por casualidad y su supervivencia fue tan precaria en sus comienzos, que su propio autor lo mata al final del tercer libro que escribe, según él hastiado de darle vida a un personaje que no lo terminaba de seducir.
 
Ciertas particularidades hacen que ese final sea cambiado y que el malogrado Sr. Bond goce de buena salud a las puertas de su cuarta aventura, gracias a las gestiones que por él hizo ante su padre literario, un amigo de éste.
 
De hecho, se dice que durante una conversación con la que a la postre iba a ser su esposa (luego de que ésta se divorciara de un Lord ingles), cansada de sus lamentos ante la falta de hechos que lo destacaran, la buena de Lady Anne Rothermere le planteó porqué no escribir un libro.
 
Ese fue el puntapié inicial para que el escritor se sentara a redactar “Casino Royale” la primera aventura del agente, que estaría basada estrictamente en sus experiencias de observación de agentes nazis operando en casinos de Portugal y España durante la segunda guerra.
 
Hechos estos comentarios, imprimamos un poco de velocidad al relato.
 
Los libros de Fleming, que recomiendo leer para comprender mejor ciertas aristas del personaje, fueron siendo reconocidos de manera gradual, llegando a obtener cierto renombre cimentado recién sobre finales de la década de los cincuenta. Recordar que el inicio de esto de escribir fue 1952. Para el momento en que dos productores ponen atención sobre su trabajo y le proponen llevar al cine al personaje, la producción de aventuras llevaba ya largo vuelo. Y para este debut, se elige un libro de la mitad del desarrollo del personaje. Curiosamente, el primer libro escrito por Fleming fue el último en filmarse, dentro de la franquicia original, en 2006 marcando el debut de Daniel Craig en el rol del agente.
 
Pero ¿qué fue lo que generó tanto revuelo en la aparición de esta propuesta?
¿Qué traía de diferente este personaje en contraposición de todo lo conocido hasta ahora?
 
En principio, hay que diferenciar el aporte de los libros al de las películas. Ambos pertenecen a momentos históricos diferentes y están orientados desde su origen a ser insertos en la sociedad por carriles distintos.
 
Los libros se conocen durante un período de alguna manera oscuro, donde la sombra de la gran guerra y la amenaza soviética eran el pan de cada día. La guerra fría en su apogeo y los antecedentes del autor señalaban a sus libros como algún tipo de “manual de espionaje”, que introducía al lector en un campo desconocido hasta el momento. A esto se le debe sumar los pequeños detalles que luego el cine convirtió en gigantescos íconos, todos referidos al glamour, la excentricidad, el refinamiento y la buena vida que, de manera errónea, iban a ser unidos de forma inseparable al concepto del espía limpio, bien peinado y vestido, gozando de los mejores placeres de la vida, lejos de las experiencias reales vividas por operadores de carne y hueso en los frentes donde se libraba aún una guerra sorda.
 

Fleming comenzó una tarea que luego el cine se encargó de completar: inició la venta masiva de una ilusión que solo existió en su mente y que la gente compró por necesidad; principalmente los propios ingleses que veían en Bond, lo que sus verdaderos operadores de inteligencia no podían lograr. Lo mismo que los americanos hicieron años después: ganaban en el cine la guerra que no pudieron ganar en Vietnam.

De arranque, la irrupción de Bond en el ámbito del cine le imprimió a sus libros una inyección de vitalidad notable.
 
Eso combinado al comentario del malogrado presidente Kennedy, acerca de que en su mesa de luz descansaban las novelas de Fleming, principalmente “Desde Rusia con Amor”, marcó un antes y un después en el trabajo del escritor. O al menos en la valorización de su producción. Falleció en 1964 cuando “Goldfinger” aun no se había estrenado, y ya habían pasado dos de sus libros a la pantalla: “Dr. No” y “Desde Rusia Con Amor”
 
Fleming y sus herederos en el cine, los productores Saltzman y Brocoli, supieron dar una vuelta de tuerca que les garantizó el centro de la escena en cuanto a discusión y opiniones, a favor y en contra, por largo tiempo y en amplios frentes.
Por un lado, las historias del escritor británico reivindicaban una desastrosa imagen que por esa época martirizaba a los servicios secretos ingleses. La enorme cantidad de escándalos que los acosaban iban desde infiltrados soviéticos en sus líneas, hasta agentes propios que trabajaban para el enemigo. Solo basta recordar los casos de Philby, Burguess y Mac Lean, que hasta no hace mucho tiempo fuero casos famosos que seguían siendo estudiados en círculos de inteligencia.
 
Por otro, Bond vino a exponer sin tapujos, en el cine y en sus libros, lo que hasta ese momento se insinuaba haciéndolo no solo explícito sino además justificado.
 
El asesinato, la “licencia para matar” que su prefijo doble cero le otorgaba, a partir del aval del gobierno de Su Majestad, eran métodos consensuados y con la determinación de un jefe que le subía o bajaba el pulgar al villano de turno, según este amenazaba a la Corona o “al mundo libre” (¿?), cual un clásico emperador romano que condena al gladiador vencido.
 
Ni que hablar del tema sexo, trato machista y reducción de la imagen femenina a poco menos que una figura decorativa, siendo viable de usar y descartar a juicio del frío hombre de la Reina.
 
Una línea memorable al respecto, se encuentra en “Operación Trueno”, aventura en la cual Bond debe encontrar dos bombas nucleares robadas de una base de la Real Fuerza Aérea, en Inglaterra.
 
Luego de una maratón sexual notable, la agraciada y voluptuosa mujer seducida (o seductora, depende de que lado lo veamos) deja entrar a los esbirros a las órdenes del enemigo de turno, para que dispongan de Bond, luego de ella. Su comentario al pasar es referido al gusto mutuo que el encuentro produjo.
 
Sin movérsele un solo pelo, Bond le responde que “Ni por un momento se me ocurrió algo semejante. Lo hice por la Reina y la Patria”
 
Hasta ese momento, pocos o casi ningún filme exponía de semejante forma el sadismo, la violencia y la frialdad que las películas de Bond expresaron durante la primera mitad de la década de los sesenta. Los libros traían ciertos aditamentos por demás llamativos y perversos, pero el punto de giro que le dieron los filmes a las historias originales, fue definitorio.
 
A la vez, como cité anteriormente, Bond reivindicaba tanto en los libros como en los filmes el desastroso desempeño que los servicios secretos ingleses tuvieron después de la Guerra en la vida real.
 
Recordemos que solo con la entrada de Estados Unidos en la Guerra, la balanza comenzó a emparejarse lentamente para que, recién tres años después de esto, los aliados lograran volver a poner pié en el continente y liberarlo.
 
El rol que les tocó jugar y vivir a los ingleses en las épocas posteriores a la Guerra respecto a seguridad nacional, secretos y contrainteligencia en el nuevo escenario mundial, fue poco menos que paupérrimo. No podían despegar de la imagen de inacción que los persiguió durante los años anteriores.
 
Bond, en contrario a la realidad, encarnaba el espíritu de la lealtad, el sacrificio y la sagacidad puestos al servicio de la Corona. A los conceptos de inteligencia mental y lucidez de análisis faltantes, se los reemplazó con una férrea voluntad de llevar sus misiones a buen término echando mano a los métodos más radicales. Entre ellos la tortura explícita, el secuestro, el sabotaje y el asesinato.
 
De alguna manera, quienes comenzaron a asomarse a los planteos de Fleming desde los libros, para luego estallar a pleno en las pantallas, no podían menos que sentir cómo la hidalguía y la perseverancia británica vencía una vez más a los azotes mundiales que amenazaban a las sociedades elegidas…
 

Veremos en continuidad, en entregas sucesivas, cómo esta particularidad fue rápidamente utilizada, primero para garantizar la facturación desmesurada nunca vista antes en las salas de cine y un poco después, para suavizar la imagen del agente británico hasta convertirlo en un héroe casi familiar, rozando los límites de lo caricaturesco.

Si la primera etapa Bond (1962 – 1968) estuvo signada por los conceptos de los que hablamos anteriormente (violencia, sadismo, sexualidad y sensualidad), lo cual le otorgó al agente su particular aura sobre cualquier otro imitador, la segunda (1971 – 1985) lo estuvo por lo caricaturesco del personaje, merito puesto sobre la figura de Sir Roger Moore, a la postre un benéfico viejito embajador de Unicef y con ochenta y un añitos sobre las espaldas.
 
De esto nos ocuparemos en detalle en otra sección.
 
Pero volviendo al origen de nuestro planteo, y para cerrarlo y poder dedicarnos a otra cosa, la ascensión del benemérito Señor Bond a la categoría de ícono fue el resultado de una conjunción de factores.
 
Se hizo mención de lo desgraciado que fue el proceso de posguerra de los desdichados ingleses, a quienes las cosas dentro de casa y referidas a seguridad doméstica no les iban bien. Al parecer, la mayoría estaba desconforme con los planteos sociales de aquel entonces y encontraron mejor eco a sus aspiraciones en las fórmulas mágicas expresadas por los hermanitos rojos.
 
El tiempo dio por tierra con ambas teorías y ahora tratamos de encontrar una salida más coherente; pero en aquella época, Bond reivindicaba todo aquello que la mayoría quería ver o ser y su realidad se lo impedía. Viajar por el mundo, tener a la mano a las mujeres más interesantes, conducir lo último en desarrollo automovilístico, acceder a la última tecnología (en un momento en que la carrera espacial hacía creer que en treinta años viviríamos en colonias lunares), conocer y disfrutar de bebidas y manjares y todo esto asumiéndose como ciudadano del mundo.
 
Tener solo la nacionalidad de un país, quedaba chico.
 
Y por último, tal vez la fantasía colectiva más deseada, tener la libertad de hacer justicia por mano propia, sin que lo controlen y con la venia de Su Majestad.
 
¿De que cabecita podrida puede salir la idea de asignarle a ciertos pibes la potestad de voltear muñecos a discreción, sintiéndose con autoridad para avalarlos? Me gustaría escuchar opiniones.
 
El sentirme atraído por un personaje tan interesante y complejo de discernir no me impide reconocer y criticar sus características con las cuales puedo o no estar de acuerdo. A la vez, entiendo interesante la evolución que mi propio pensamiento hizo en los últimos treinta y cinco años: por aquella época yo también estaba de acuerdo en que la mejor manera de solucionar el tema era pasar al turro de Ernest Stavro Blofeld a degüello. Por suerte hoy no creo que ese método o solución sean tan efectivos.
 
La cuestión es que el bueno de Bond reflejaba, en menor o mayor medida, la media que regía el inconsciente colectivo de la época. Opinión personal en su totalidad, con la cual pueden o no estar de acuerdo, obviamente.
Por fuera de esto, la realidad no resistía ninguna crítica o análisis que discutiera los hechos.
 
La primera película de la serie, “Dr. No”, se estrenó en mayo del sesenta y tres.
 
La segunda, “Desde Rusia Con Amor”, en mayo del sesenta y cuatro, y la tercera, “Goldfinger”… en diciembre del mismo año.
Jamás en la historia del cine se había establecido ni una saga igual ni una demanda tal que llevara a subir a cartel dos películas del mismo personaje con diferencia de siete meses.
 
Otro dato interesante: Cuando “Goldfinger” se estrena, en la primera semana rompió tantos records de recaudación que obligó a los estadísticos de las productoras a tener que cambiar la forma de medición relativa de aceptación que un filme tenía por parte del público.
 
Los cines que estrenaban la película tuvieron que adecuar funciones corridas que abarcaban las veinticuatro horas del día, en esa primera semana de proyección, para hacer frente a la demanda de entradas por parte de los fanáticos.
 
Con el correr del tiempo, si bien el fanatismo se fue ajustando, esa demanda se sostendría bajo la consigna de tener la oportunidad de disfrutar de un espectáculo mayúsculo, cada uno o dos años en promedio.
 
El virus estaba inoculado y el público ansioso de recibir cada dosis de aventura, despliegue y acción, cada vez que se sentaba frente a la pantalla. La formula se fue adecuando pero no variando a lo largo de estos cuarenta y cinco años. Solo la acomodaron a los tiempos, el marco y los hechos dentro de los cuales las historias nos siguen llegando y el personaje (cuya edad cronológica ya tiene cincuenta y seis años) invitándonos a seguir siendo cómplices de esas fantasías irrealizables que aun a esta edad, mantenemos intactas.
 
Si es con altura, inteligencia y buen gusto, que la seguidilla no se corte y prospere para que tengamos James Bond por muchos años más.
 
Siempre es bueno ser otra persona, aunque más no sea por dos horas, en la oscuridad de la sala de un cine…