Repaso de la vida de Ian Fleming, su ópera prima literaria y el salto de esta a la pantalla

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Introducción
 
En mayo de 2008 se conmemora el centenario del nacimiento del escritor británico Ian Fleming. Aunque hoy su nombre no resulte tan popular como hace cincuenta años, nadie puede negar que su principal creación ha alcanzado el privilegiado estatus de icono mundial. Gracias a las adaptaciones cinematográficas, el agente secreto James Bond 007 se instaló en el imaginario colectivo de la humanidad a velocidad vertiginosa, pues pasó de personaje de best seller a fenómeno sociológico en tan sólo una década. Como curiosidad, podemos apuntar que, a finales del siglo XX, una encuesta señalaba que una de cada cinco personas sobre la tierra había visto al menos una película de James Bond y, una de cada tres, pensaba que era una persona real… Aunque pueda ser exagerado, el dato indica hasta dónde ha llegado la mitificación del héroe en medio siglo de vida.

La primera novela de Ian Fleming, Casino Royale, vio la luz en 1953 y, desde entonces y hasta 1966, Fleming publicó un título por año; los dos últimos, póstumamente. Sus novelas le proporcionaron ya fama y éxito mundial en la década de los cincuenta, combinando intrigas internacionales con acción sofisticada, amores exóticos y descripciones minuciosas de detalles triviales como armas, comidas y bebidas.

Sin embargo, no sería hasta los años sesenta cuando el personaje de Bond traspasara con éxito todas las fronteras mundiales. Por un lado, en 1961 la revista LIFE publicó los diez libros favoritos del presidente John F. Kennedy y, entre El Rojo y el Negro de Stendhal o densas biografías de mandatarios, Kennedy escogió Desde Rusia con amor (From Russia with Love, 1957) de Ian Fleming. Esa populista elección del presidente fue el espaldarazo definitivo que Fleming necesitó para darse a conocer al hasta entonces algo reticente público norteamericano. Mucho más importante debía haber resultado en Estados Unidos la opinión también laudatoria del maestro de la serie negra Raymond Chandler, quien admiraba a Fleming; sin embargo, en aquellos tiempos, una línea positiva de Kennedy suponía más que cualquier alabanza crítica [1].

En cualquier caso, el indiscutible hecho que iba a convertir a James Bond en uno de los iconos del siglo XX sería su adaptación al cine. En 1962, los productores Harry Saltzman y Albert R. Broccoli estrenan Agente 007 contra el Dr. No (Dr. No), dirigida por Terence Young y protagonizada por el poco conocido actor escocés Sean Connery. Contra todo pronóstico, comenzaba así una carrera de éxito sin precedentes que ha llegado hasta el siglo XXI y que Ian Fleming no podía haber imaginado.

Y es que una de las paradojas del mito Bond es ¿cómo un personaje, que nació aparentemente tan enraizado en una época histórica como la Guerra Fría, ha podido sobrevivirla y seguir teniendo éxito y popularidad medio siglo después? Aún más, y desde el punto de vista literario, si el propio Ian Fleming era consciente de que su literatura era “menor” y “escapista”, ¿cómo pudo seguir funcionando su personaje en novelas de otros autores como Kingsley Amis en 1968 o John Gardner y Raymond Benson en los ochenta y noventa, que adaptaron a Bond a una época muy diferente de la que le vio nacer? Con una calidad literaria manifiestamente inferior a la del original, motivos comerciales han hecho surgir incluso un James Bond adolescente en una serie de libros para jóvenes, escritos por Charlie Higson desde 2005 y que tratan de emular el éxito de otras recientes sagas literarias británicas dirigidas a un público al que Fleming nunca pensó podía llegar su obra.

A pesar de altibajos en la serie cinematográfica, Casino Royale (Casino Royale, dirigida por Martin Campbell) se convirtió, tras su estreno en 2006, en la película de más éxito económico de la serie, tal vez por la pretendida vuelta a los orígenes literarios que los nuevos productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson han llevado a cabo en este título. ¿Cómo se puede adaptar una novela de 1953 a la radicalmente diferente actualidad de 2006?, ¿qué elementos se alteran o mantienen y por qué?, en definitiva, ¿es James Bond, como parece, un mito para la eternidad?
 
Ian Fleming (1908-1964): periodista, espía, escritor y bon vivant
 
El caso de Ian Fleming es uno de tantos en los que conocer su periplo biográfico ayuda enormemente a comprender su obra literaria. Como tantas veces se ha señalado, James Bond no será más que el trasunto idealizado de lo que Ian Fleming quiso haber sido y, en algunas ocasiones, incluso estuvo cerca de serlo.

Ian Lancaster Fleming nació en Mayfair (Londres) el 28 de mayo de 1908. Segundo de cuatro hijos varones, Ian era hijo de Valentine Fleming, banquero y diputado de prestigio nacional que murió en la Primera Guerra Mundial y cuyo recordatorio en el Times fue escrito por su amigo personal, el entonces ministro Winston Churchill.

Como miembro de la alta sociedad británica, Ian Fleming estudió en Eton, en la Academia Militar de Sandhurst, en un colegio del Tirol austríaco, en Munich y en Ginebra. En esos años de juventud, Ian fue desarrollando su admiración por su hermano mayor Peter, su poco aprecio por la formal Eton, sus éxitos deportivos y amorosos, sus habilidades para aprender idiomas o sus primeros pinitos literarios (el propio Carl Jung, por ejemplo, le dio permiso para traducir una de sus conferencias).

Tras esa variada y completa educación y gracias a los contactos de su madre, Fleming comenzó a trabajar en la conocida agencia de noticias Reuters. Debido a sus conocimientos de ruso, francés y alemán, en 1933 Fleming es enviado a Moscú para cubrir la noticia del juicio a seis británicos acusados de espionaje como parte de las purgas de Stalin. La experiencia para Fleming resultó enormemente enriquecedora y exitosa, sin embargo, ese mismo año Fleming abandonó Reuters para establecerse en Londres como socio de una firma bancaria.

Esta sorprendente decisión puede comprenderse en la búsqueda de cierta estabilidad tras su viajera juventud. Además, un joven de 25 años en un piso de soltero en Londres suponía la puerta a nuevas experiencias vitales más acordes con su edad. Así, la noche londinense permitió al joven Fleming iniciar nuevas relaciones y hasta fundar un Club. No obstante, su cultura y posibilidades económicas también le permitieron crear una valiosa colección de primeras ediciones de autores tan variopintos como Einstein, Pasteur, Marx, Hitler, Kipling, Byron o Dickens.

La vida de playboy de Fleming termina en 1939, como tantas otras cosas, con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El Director de la Inteligencia Naval Británica, el Almirante John H. Godfrey, le contrata como asistente personal y Fleming permanecerá en ese departamento hasta el final de la guerra, llegando a ascender hasta el grado de Comandante.

A pesar de que Ian Fleming nunca participó activamente en operaciones especiales, mucho se ha escrito sobre la influencia que su trabajo durante la guerra pudo tener en la creación de James Bond y de sus enrevesadas aventuras. En esos difíciles años, Fleming viajó a la Francia ocupada, a Tánger, a Lisboa, a Washington o a Canadá. Por citar sólo una de las anécdotas reales que luego se convertirían en material literario, señalaremos precisamente la experiencia que sirvió como base para su primera novela: Casino Royale.

En 1941 el Almirante Godfrey e Ian Fleming, durante el trayecto de un viaje a Estados Unidos, hicieron escala en Lisboa. Allí, fueron informados de que los espías nazis campaban a sus anchas por Estoril, en especial por su célebre Casino. Audazmente, Fleming propuso a su jefe que le dejara jugar contra ellos a las cartas para golpear, aunque fuera tímidamente, las arcas del Servicio Secreto alemán. Fleming perdió todo su dinero pero ganó una sinopsis argumental que desarrollaría y mejoraría años después: James Bond no perderá.

En uno de esos viajes durante la guerra, Fleming llegó hasta Jamaica, isla que no conocía y de la que se enamoró en el acto. En 1945 se construyó allí su propia casa, llamada Goldeneye por una misión llevada a cabo años antes. En ese lugar escribiría buena parte de las novelas Bond.

Al término de la guerra, Ian Fleming volvió al periodismo y trabajó para el Sunday Times, miembro del prestigioso grupo de periódicos de Lord Kemsley. Estas colaboraciones le permitieron de nuevo viajar por todo el mundo y tener experiencias como ir al fondo del mar con Jacques Cousteau, hasta Estambul en el Orient Express, a los Pirineos, Tokyo, Macao o Las Vegas.
Aunque se conocían desde antes de la guerra, Fleming y Lady Anne Rothermere comenzaron a verse con frecuencia a finales de los años cuarenta, a pesar de que ella estuviera casada con Lord Rothermere. Otras mujeres habían marcado su vida pero sería esta dama de fuerte carácter quien, tras su divorcio, se desposaría con Ian Fleming en marzo de 1952.

Como el propio Ian Fleming reconocía con no poca ironía, decidió ponerse a escribir novelas de ficción para evadirse del shock que le había producido el casarse a los 43 años. También, probablemente, para dejar de ser sólo el hermano pequeño de Peter Fleming, aventurero, explorador y escritor ya reconocido. En abril de 1953, sin excesivas dificultades, Casino Royale fue publicada. Desde entonces, catorce títulos salieron de la pluma de Fleming con James Bond como protagonista.

Los últimos años de Ian Fleming no se vieron drásticamente alterados por el bondismo que inundaría el cine y la sociedad, paradójicamente, tras la muerte de su creador. Así, Fleming siguió trabajando para el Sunday Times y, en sus meses de vacaciones, escribía metódicamente un nuevo título del agente 007. Las buenas críticas y su fácil lectura fueron aumentando la fama de estas novelas y de su autor, impulsada, involuntariamente, por su amistad con sir Anthony Eden, primer ministro británico que llegó a hospedarse en Goldeneye, o el señalado guiño de Kennedy, a quien también Ian Fleming conoció personalmente.

En 1961 Fleming sufrió un primer ataque al corazón, durante la convalecencia del cual, escribió una novela infantil completamente alejada del mundo de James Bond: Chitty Chitty Bang Bang, con un coche volador como protagonista. Problemas judiciales con la originalidad de una de sus novelas (Operación Trueno [Thunderball, 1961]) y los irrefrenables excesos de comidas, bebidas y tabaco, terminaron por demacrar totalmente la salud de Ian Fleming.

Tras una vida vivida al límite y marcada por los viajes, la literatura y cierto esnobismo, el 12 de agosto de 1964 Ian Fleming murió sin llegar a ver lo que el estreno de la tercera película de 007, James Bond contra Goldfinger (Goldfinger), iba a provocar a finales de ese año.
 
Casino Royale (1953): el nacimiento de un mito
 
La primera novela de Ian Fleming no es ni la mejor ni la peor de su autor pero su carácter primigenio la convierte en la más interesante a la hora de estudiar el origen del mito.

La historia se basa en la anécdota que Fleming vivió en el Casino de Estoril durante la Segunda Guerra Mundial. James Bond es enviado a la ficticia ciudad francesa de Royale-les-Eaux para intentar ganar en el Casino a Le Chiffre, agente soviético que ha dilapidado fondos de la URSS y pretende recuperarlos en el juego antes de que vengan a exigírselos. En Francia, Bond entra en contacto con Rene Mathis del Deuxième Bureau, la atractiva Vesper Lynd, enviada por su jefe M y Felix Leiter, de la CIA. Tras un atentado de dos agentes búlgaros en el que estos pierden la vida, Bond comienza su enfrentamiento con Le Chiffre en las mesas de bacarrá. Cuando Bond ha perdido todos sus fondos y debe retirarse, Leiter le ayuda con dinero de la CIA y Bond consigue arruinar a Le Chiffre. Sin embargo, sin apenas poder celebrar su éxito, Vesper es secuestrada y, tras una persecución, Bond también es capturado y torturado salvajemente. A punto de morir, un agente de SMERSH, organización soviética que ejecuta a traidores, irrumpe en escena y mata a Le Chiffre, dejando a Bond herido y marcado pero, vivo. Mientras se recupera, James Bond se enamora de Vesper e incluso piensa en dejar el servicio secreto. Sin embargo, la chica resulta ser una agente doble que actuaba bajo presión y, finalmente, al ser perseguidos por un agente de SMERSH, Vesper se suicida dejando una reveladora carta para Bond. Desengañado y marcado para siempre, el agente decide emprender con determinación la caza de SMERSH…

La historia se desarrolla en 27 capítulos que se enlazan unos con otros con acciones o frases que nos llevan del final de uno al comienzo del otro. Este dinamismo hace que la lectura sea muy ágil y permite pasar por alto lo descabellado del planteamiento (¡aunque su origen sea real!). De forma sorprendente, Ian Fleming introduce el clímax de la muerte de Le Chiffre en el capítulo 18 y, desde ese momento, la novela pasa a ser una historia de amor. Aunque sólo cuatro capítulos después ya aparece “alguien” que sigue a Bond y a Vesper, está claro que es un efecto antidramático acabar con el villano tan pronto, algo que Fleming no volvería a hacer. De la misma manera, el trágico final puede parecer también único en la serie Bond, sin embargo, esto no es así pues Fleming, al contrario de lo que ocurrirá con la mayoría de las adaptaciones cinematográficas, gustaba de este tipo de finales contundentes y sugerentes [2].

Desde el punto de vista del estilo, Ian Fleming era consciente de que escribía una literatura superficial y, con no poca ironía, señalaba:
 
I am not ‘involved’. My books are not ‘engaged’. I have no message for suffering humanity and, though I was bullied at school and lost my virginity like so many of us used to do in the old days, l have never been tempted to foist these and other harrowing personal experiences on the public. My opuscula do not aim at changing people or making them go out and do something. They are not designed to find favour with the Comintern. They are written for warm-blooded heterosexuals in railway trains, airplanes and beds [3].
A pesar de carecer de profundos mensajes y de no reflejar traumáticas experiencias, el éxito de la aparente superficialidad de las novelas de James Bond se debe a que Ian Fleming supo crear un estilo propio. Un sofisticado estilo basado, entre otras cosas, en utilizar expresiones de otros idiomas, descripciones exhaustivas de comidas y bebidas, atención a los objetos y a su marca (algo que hoy resulta habitual en literatura y cine), en definitiva, una serie de rasgos que subrayan el cosmopolitismo del autor y su irónica arrogancia y aparente esnobismo al mostrarlo sin tapujos.

Todas esas características señaladas aparecen en Casino Royale (por ejemplo, hasta cuatro capítulos tienen el título en francés) y ayudan a enmarcar las aventuras de 007 en el elitista ambiente en el que se supone se desarrollan.

Aún más interesante resulta la personalidad del protagonista. Ian Fleming creó un James Bond con mucho menos humor que el 007 cinematográfico. Así, en Casino Royale, Bond es serio e incluso brusco con Vesper, por no hablar de su evidente machismo, por lo que la carga irónica del texto la desliza Ian Fleming en contadas ocasiones, aunque, en realidad, la sensación general que transmite es que hay que leer su obra con el distanciamiento que merece una novela escapista.

No obstante la aparente ligereza, Fleming también inserta reflexiones sobre el Bien y el Mal o sobre héroes y villanos que llevan a Bond a pensar en el retiro por haber estado tan cerca de la muerte. De hecho, la obra termina con un desengañado final que transmite un profundo pesimismo y cinismo, los cuales subrayan la falta de fe en el mundo de la Guerra Fría que a Ian Fleming le tocó vivir.

Casino Royale tiene altibajos y elementos que hoy parecen desfasados, sin embargo, su importancia pervive pues radica en introducir a un personaje frío, duro y eficaz que experimenta una evolución física y mental a lo largo de la obra. Bond se endurecerá todavía más y sus posteriores relaciones con mujeres serán casi siempre cínicas por el recuerdo de Vesper, hasta llegar a las últimas novelas de Fleming, en las que Bond se casaba y enviudaba y en las que el desarrollo psicológico del personaje alcanzaba una profundidad directamente proporcional a la que iría perdiendo en las adaptaciones cinematográficas.

En un mundo marcado por la terrible posguerra mundial y la no menos terrible amenaza de la Guerra Fría, James Bond parecía representar al héroe arrogante y duro en el que todo ciudadano podía reflejar sus más ocultas fantasías. Encontrar la esencia del mito para que perdurase en años venideros es lo que han intentado hacer, por lo visto, con éxito, los productores de la serie de películas Bond.
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Casino Royale (2006): la reinvención de un mito

 
Ian Fleming vendió los derechos cinematográficos de su primera novela de forma independiente en una fecha tan temprana como 1955. Antes, sin embargo, la cadena de televisión norteamericana CBS ya había adaptado la novela a un programa de cincuenta minutos de duración llamado Climax Mystery Theatre, emitido en octubre de 1954. Esa adaptación, primera vez que Bond apareció en pantalla, contó con Barry Nelson como un Jimmy Bond norteamericano (¡Leiter era el inglés!), Peter Lorre como Le Chiffre y Linda Christian como la rebautizada Valerie Mathis. El programa pasó desapercibido por la pobreza del mismo y la falta de carisma del protagonista, a pesar de que la adaptación era bastante fiel a la novela. Sí cambiaba, de acuerdo con la corrección política televisiva, el deprimente final: tras una tímida y pudibunda tortura, Bond se soltaba, disparaba a Le Chiffre y terminaba en brazos de la joven Valerie.

Cuando Saltzman y Broccoli triunfaron con la novedosa y sofisticada serie Bond con Sean Connery en los años sesenta, el nuevo propietario de los derechos de Casino Royale, Charles K. Feldman, decidió llevarla al cine y subirse al exitoso carro del bondismo. Tras fracasar en su intento de contratar a Sean Connery y hacer un Bond serio, Feldman cambió su idea radicalmente y convirtió su Casino Royale (Casino Royale, 1967) en una parodia delirante. Cinco directores (algunos como John Huston o Val Guest) y decenas de estrellas (como David Niven, Peter Sellers, Woody Allen, Orson Welles o Deborah Kerr) convirtieron a la película en una locura pop con poca coherencia argumental y en la que aparecen desde el monstruo de Frankenstein hasta la hija que Bond tuvo con… ¡Mata Hari!. No hace falta señalar que este desconcertante hijo del nonsense británico poco respetaba de la novela original salvo algún nombre propio, una partida en el Casino con Le Chiffre (curiosamente lo mejor de la película) y una tortura, más psicodélica que física.

Después de años de disputas legales, no fue hasta comienzos del siglo XXI cuando Barbara Broccoli y Michael G. Wilson se hicieron por fin con los derechos de las únicas dos novelas de Fleming que aún no poseían: los de Casino Royale, vendidos años antes, y los de Operación Trueno, que había dado lugar a un título como Nunca digas nunca jamás (Never say never again, 1983), ajeno a la serie oficial.

La etapa de Pierce Brosnan como James Bond duró siete años y culminó con Muere otro día (Die another day) en 2002, película que celebraba el cuarenta aniversario de 007 en pantalla grande y que era excesiva en muchos sentidos. Por ello, los productores decidieron introducir una serie de cambios en la serie para congraciarse con la crítica; proceso, por otro lado, de cambio y aparente renovación tendente a una mayor seriedad, que es habitual en la serie cada cierto tiempo.

Por un lado, una innovación siempre importante y arriesgada es la del actor principal. Daniel Craig, actor británico con un físico muy diferente a Brosnan asumiría el papel principal. Sin embargo, más trascendente iba a resultar la decisión de recomenzar la serie, adaptando por primera vez de forma seria Casino Royale a la pantalla grande. Neal Purvis y Robert Wade, en el equipo Bond desde 1999, escribieron un primer guión; pero sería el premiado guionista de Million Dollar Baby (2004) o Crash (2005), Paul Haggis, quien remataría los diálogos y cerraría finalmente el guión del nuevo Casino Royale.

Un tópico artístico por excelencia es el de adaptar historias, mitos o leyendas a la época en la que vive el autor. Desde el Renacimiento y la secularización del espacio nos encontramos con pinturas de burgueses dentro de escenas bíblicas que suceden en espacios arquitectónicos propios de los conceptos de la nueva época. Igualmente, los tópicos literarios de los poetas clásicos grecorromanos fueron adaptados a esos nuevos tiempos y a esa nueva realidad. Un proceso de adaptación, en fin, que no ha tenido vuelta atrás y que nos podría llevar, por ejemplo, a analizar cómo La Odisea de Homero puede cambiar la Grecia original por el Dublín de principios del siglo XX.

Siguiendo esa larga tradición artística, los guionistas de la serie Bond han hecho evolucionar al personaje desde la Guerra Fría que le vio nacer hasta nuestros días, de tal manera que, desde los años setenta, apenas se podía encontrar ningún elemento de las novelas de Ian Fleming en la serie cinematográfica. El reto de Casino Royale era, por tanto, doble. Por un lado, mantener las constantes exitosas del héroe; por otro lado, adaptar al nuevo siglo una novela de cincuenta años atrás.

Empezando por las necesarias diferencias entre el texto literario y la película, hay que señalar la modernización que sufre la historia desde el punto de vista político. Le Chiffre ya no trabaja para la extinta Unión Soviética sino para otra misteriosa organización cuyo nombre no se revela. Sin embargo, la propia M se permite un guiño al espectador o al lector de la novela:
 
«Christ, I miss the Cold War!»
 
Por cierto que el cambio de M, de jefe a jefa, se produjo en la primera película de Pierce Brosnan, Goldeneye en 1995, y, dado el carisma de Judi Dench, se ha mantenido en el puesto.

Desde un punto de vista tecnológico, los cambios en cincuenta años han sido profundos. No sólo el potente coche de Bond pasa de ser un antiguo Bentley a un moderno y deportivo Aston Martin, sino que elementos que hoy están presentes en la vida diaria como ordenadores personales o teléfonos móviles cumplen un importante papel en la película. A pesar de ello, y de forma sutil, los guionistas consiguen mantenerse fieles al espíritu de la novela. Por ejemplo, la escena en la que Mathis envía una nota a Vesper para que se reúna con él, se sustituye por un mensaje de texto a su móvil; o bien, cuando Bond comienza a sospechar del doble juego de Vesper es porque la ha visto salir de una cabina telefónica, mientras que, en la película, será revisando su móvil cuando descubra la traición.

Puesto que la novela podía parecer anticlimática o excesivamente claustrofóbica, los guionistas añadieron una primera hora que introduce a Bond y a Le Chiffre y conduce al clímax del Casino. En esta primera parte de la película asistimos a dos espectaculares escenas de acción (una persecución en una obra y otra en el aeropuerto de Miami) que no surgen de Ian Fleming. Sí tendría ciertos ecos literarios el habitual prólogo de las películas Bond. En esta ocasión, y rodado en blanco y negro, vemos los dos primeros asesinatos que otorgaron a 007 su licencia para matar, crímenes a los que se hace referencia en el libro y, aunque distintos, también uno fue “fácil” y el otro, más “sangriento”.

Otras diferencias más sutiles pero más polémicas para los puristas serían dos detalles aparentemente insignificantes pero que requieren su explicación. Por un lado, el nuevo Casino Royale no se encuentra en la Francia de posguerra, sino que el nuevo siglo exigía otro tipo de exotismo y, por ello, Bond viaja hasta la nueva República de Montenegro, lugar también marcada por la guerra pero mucho más exótico y desconocido pues buena parte de los espectadores ni siquiera sabe dónde se encuentra. Mucho más comercial resulta el cambio de juego en la mesa del Casino. Si en la novela Bond y Le Chiffre juegan al bacarrá, en la película se jugará al póquer descubierto o Texas hold´em, juego muy popular en Estados Unidos y, en realidad, más internacional que el original bacarrá.

Sin embargo, lo más notable del nuevo Casino Royale es la extraordinaria fidelidad a la novela que presenciamos en la segunda parte de la película. Desde el mismo desarrollo del juego: Bond pierde todo hasta que Felix Leiter le ayuda con fondos de la CIA; hasta el sorprendente anticlímax de la tortura a Bond y la muerte de Le Chiffre, que presenciamos cuando aún falta media hora para el final de la película.

Podemos señalar dos cambios importantes en esta segunda parte de la película. Importantes, en apariencia, puesto que, como analizaremos, conservan en realidad la esencia de la novela.

Por un lado, en la novela, dos búlgaros intentaban asesinar a Bond con una bomba que les estallaba antes de arrojarla, sin apenas herir a 007 [4].
Pues bien, tan inútil ataque se ve sustituido en la película por la agresión de dos monumentales africanos que han venido a presionar a Le Chiffre y con los que Bond y Vesper se encuentran en el pasillo. Una espectacular y violenta pelea con pistolas y machetes a través de la escalera de servicio les lleva hasta la planta baja en la que Bond acaba estrangulando con sus manos al último de sus rivales, ante la conmoción de Vesper. Después de que Bond se cambia y lava sus heridas, vuelve a la partida y la secuencia termina con una íntima escena en la que vemos a Vesper en estado de shock metida vestida en la ducha con la mirada perdida, hasta que Bond llega junto a ella y la abraza cálidamente.

No hace falta decir que la escena cinematográfica es mucho más contundente y efectiva que la literaria: por un lado, subraya las violentas habilidades de Bond y, por otro, hace aumentar la intimidad y la simpatía entre los dos protagonistas.

La segunda escena del libro que también se ve alterada es otro intento de asesinato que un secuaz de Le Chiffre intenta perpetrar en la propia mesa del Casino. En la mano decisiva, Bond es amenazado por la espalda con una sofisticada arma-bastón; sin embargo, 007 se deja caer súbitamente hacia atrás, rompe el arma y hace huir al asesino. De nuevo, la escena podría parecer poco sofisticada para el público del siglo XXI y, por ello, los guionistas idean un intento de envenenamiento que provoca que Bond abandone desorientado la mesa de juego. El agente se dirige como puede hasta su coche, donde descubrimos que guarda un desfibrilador (¡!) que intenta aplicarse en el pecho. Cuando se ha desmayado, es Vesper quien acude al rescate y le aplica los electrodos, salvando de ese modo la vida a Bond.

En este caso, aunque la escena resulte demasiado aparatosa, sirve de nuevo para demostrar los infinitos recursos de Bond y reafirmar su cada vez más dependiente relación con Vesper. Además, podemos señalar que subrayando el paralelismo con la escena de la novela original, los guionistas casi tomaron prestada una de las pocas ironías que se permite el Bond literario y escribieron una línea de diálogo que perfectamente se puede intercambiar con la de la novela. Al volver a la mesa de juego, en la novela, Bond dice:
 
‘A momentary faintness.’ he said. ‘It is nothing – the excitement, the heat.’
 
Mientras que en la película, dirá:
 
Oh, I´m sorry. That last hand, it nearly killed me…
 
Para terminar con este breve apunte comparativo, no podemos pasar por alto el impactante final de la novela. Aparte de que se cambie a una espectacular escena en Venecia, los guionistas de nuevo son fieles al espíritu de Fleming hasta los detalles más insignificantes que sólo el lector más agudo recuerda. Si puede resultar anecdótico que el siniestro agente que sigue a la pareja lleva un parche en el ojo, como en la novela, más llamativo es el respeto a una frase final que se ha convertido en un mito bondiano. Cuando Bond descubre la traición y llama a su oficina para informar de ello, Ian Fleming termina la novela escribiendo:
 
‘Yes, dammit, I said «was». The bitch is dead now.’
 
Esa descalificación misógina final que rubrica el nuevo carácter de 007 era esperada por los aficionados y, una vez más, los guionistas respetan el original y la introducen casi literalmente cuando Bond habla con M en lo que podría parecer el epílogo:
 
Why should I need more time? The job´s done, and the bitch is dead.
 
Sin embargo, la serie cinematográfica exigía también otras constantes mitificadoras que los guionistas reservaron para el final de este nuevo renacimiento de la saga Bond. Por un lado, la continuación de la serie reclamaba que Bond tomase contacto con esa nueva organización que acabó con Le Chiffre y Vesper y con la que se enfrentará el agente en futuros episodios. Tras hablar con M, una elegante escena final nos presenta al villano que ha estado en la sombra durante toda la película llegando a una solitaria finca con vistas al mar. Al contestar una llamada al móvil, recibe un disparo en la pierna y se arrastra hasta donde se encuentra 007, mientras suena por primera vez en la película el célebre tema musical de James Bond. Por otro lado, si la novela terminaba con una memorable frase del James Bond de Ian Fleming, la película se cerrará con una de las líneas más populares de la historia del cine. Cuando el herido topa con los pies de 007, el agente desvela su identidad:
 
The name´s Bond, James Bond.
 
Conclusiones
 
Para conmemorar el centenario de Ian Fleming, la editorial poseedora de los derechos del personaje ha contratado a otro escritor, Sebastian Faulks, para que publique una nueva novela de James Bond en mayo de 2008. Curiosamente, en Devil May Care, Faulks va a seguir la cronología del personaje donde la dejó Fleming, es decir, ambientará su novela en la Guerra Fría. Además, el autor británico anuncia que va a intentar imitar el estilo original de las novelas, como si el propio Ian Fleming la hubiera escrito, por lo que la polémica, incluso antes de ser publicada la obra, ya está servida.

La nueva película de James Bond levanta más expectativas, de nuevo con Daniel Craig, que se estrenará a finales de 2008. El nuevo giro dado a la serie con Casino Royale y las pistas sembradas para su continuación, en la que también repite el guionista Paul Haggis, hacen abrigar grandes esperanzas a los aficionados a la serie.

El mito James Bond nació en la Guerra Fría pero cincuenta años después está más vivo que nunca. Manteniendo una serie de constantes insustituibles, renovando cada cierto tiempo actores, personajes y argumentos; e, incluso, volviendo a las raíces literarias y adaptándolas a los nuevos tiempos, el violento pero elegante personaje de James Bond y sus sofisticadas aventuras prometen seguir entreteniendo y divirtiendo el tiempo que sea necesario. Parece que, al igual que los diamantes, James Bond es para la eternidad.
Gonzalo González Laiz
 

[1] Irónicamente, años después se supo que el magnicida Lee Harvey Oswald también era lector de Fleming.
[2] Por citar sólo dos ejemplos, Desde Rusia con amor (From Russia with Love, 1957), acaba con Bond desmayado tras ser herido por un veneno mortal. Aún más, en Sólo se vive dos veces (You only live twice, 1964), Bond pierde la memoria en una isla de Japón y termina dirigiéndose hacia la Unión Soviética en busca de su pasado y afrontando un futuro nada prometedor…
[3] Ian Fleming, “How To Write a Thriller”, Books and Bookmen, Londres, mayo 1963, pp. 14-15.
[4] Procedimiento, como el propio Ian Fleming reconoció, también tomado de la realidad, ya que así fue como el espionaje ruso intentó asesinar a Franz Von Papen en Ankara durante la Segunda Guerra Mundial; obteniendo, por cierto, el mismo resultado que los búlgaros de la novela.