Firma invitada: Nicolás Suszczyk

16 de mayo: cumpleaños de Pierce Brosnan (1953).

¡Felicidades, señor Bond!

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Para celebrar el cumpleaños del actor irlandés, Archivo 007 tiene la suerte de contar con la firma de Nicolás Suszczyk, autor, entre otros, de libros como El mundo de GoldenEye, El Bond del nuevo milenio: los días de Pierce Brosnan como James Bond o Por Inglaterra, James.

Lo que Pierce Brosnan nos dejó

Para los que crecimos en los años noventa, resulta un poco chocante pensar que Pierce Brosnan esté  cada vez más cerca de cumplir 70 años. Parecía ayer cuando su jovial rostro aparecía en cada esquina de la red en esos tiempos donde nos conectábamos con las versiones más rudimentarias de Netscape o Internet Explorer y nos conformábamos con un par de páginas simplonas que compartían el mismo contenido: fotos, capturas de sonidos y algunos clips de vídeo en baja calidad. Ya pronto serán casi dos décadas desde que su última película como 007 se estrenó en cines alrededor del mundo, y este artículo pretenderá hacer alguna reflexión sobre lo que nos ha dejado la era de Brosnan como Bond. Probablemente ya hayan leído muchos de estos puntos en El Bond Del Nuevo Milenio, pero nunca está demás repasar sus películas -que equiparan el balance justo entre lo clásico y lo moderno- y rescatar algunas cosas que constituyen el legado de sus filmes.

Sabemos que el actor irlandés iba a debutar como el espía de Ian Fleming en 007: Alta Tensión (1987), pero la renovación de la popular serie Remington Steele se cruzó en su camino y terminó siendo Timothy Dalton quien hizo las veces de Bond. Sin embargo, las idas y vueltas legales que aquejaban a EON entre 1989 y 1994 hicieron que éste renunciara sin querer comprometerse a hacer muchos filmes de la saga en los años noventa, aceptando volver solamente para uno, cosa que el productor Albert R Broccoli no aceptó: interesante y gran diferencia con su heredera, que hizo lo imposible por retener a Daniel Craig en el rol, cosa que se evidenció más que nunca en el tiempo que transitamos actualmente, que separa el estreno de SPECTRE (2015) hasta la aún inédita Sin Tiempo Para Morir que, por ahora, esperamos ver en octubre próximo.

La cuestión es que, ni bien se fue Dalton, el primer actor al que recurrieron fue precisamente Pierce Brosnan, que el 1 de junio de 1994 al mediodía estaba recibiendo un llamado de su representante recibiendo la buena noticia y una semana después fue anunciado en un lujoso hotel londinense ante la prensa mundial. Su primera película en el rol fue GoldenEye (1995), cuyo título estaba tomado de la residencia jamaiquina de Ian Fleming y su guion venía siendo escrito y reescrito desde 1990, hasta que en 1994 el guionista Michael France (Máximo Riesgo, 1993) sentó las bases de la historia: tras la caída del Muro de Berlín, Bond enfrentaría a Augustus Trevelyan, un exagente de la MI6 que -tras fingir su muerte y hacer que los soviéticos acribillen a dos de sus colegas durante una misión de rescate- ha desertado al KGB, consiguiendo inmunidad diplomática y formando parte activa de una sección de ejecuciones a enemigos del estado muy similar a SMERSH.

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Finalmente, el GoldenEye que significó el debut de Brosnan se aligeró bastante, producto del trabajo de guionistas como Kevin Wade, Jeffrey Caine y principalmente Bruce Feirstein, el hombre que sería el corazón de esta era. El conflicto político del guion original se atenuó, así como las muchas escenas de acción que hubieran sido imposibles de filmar según lo que observó el director Martin Campbell. Sin embargo, la esencia se mantuvo: Bond enfrentaría a un exagente de la MI6, ahora rebautizado Alec en vez de Augustus y con la edad mucho más reducida para ser alguien con la misma edad de Bond en vez de un mentor mayor que él. Lejos de recibir inmunidad diplomática en Rusia, Alec Trevelyan opera en las sombras desde San Petersburgo dedicándose al tráfico de armas. Mantiene nexos con una despiadada piloto de combate, un general soviético que desaprueba la nueva democracia y un hacker que sueña con hacer dinero y burlarse de occidente sentado en una computadora.

GoldenEye se aseguró de mantener los elementos clásicos de Bond, especialmente después de la rudeza y desglamorización que sufrió el personaje en Licencia Para Matar (1989), la última película de Dalton: vemos a Bond de esmoquin en el Casino de Montecarlo, donde pide su vodka martini “agitado, no revuelto”, juega al baccarat con una bella muchacha y realiza su clásica presentación. También vemos más piel en las escenas de sexo, una de las cuales es mucho más intensa que en las cintas anteriores (especialmente las producciones de los años ochenta). El agente secreto conduce, por primera vez en 30 años, el Aston Martin DB5. Lo único no tradicional es la banda sonora de Eric Serra, con sonidos metálicos experimentales que se alejan mucho del estilo de John Barry, pero que generan un perfecto clima estableciendo la frialdad de un laboratorio químico en medio de la Unión Soviética. Y la tecnología está por doquier: desde pantallas descomunales en las paredes de la MI6 o la base del villano que transmiten imágenes vía satélite hasta la mortífera arma que da título al film, capaz de inutilizar toda la información digitalizada conservada por un país o territorio.

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Generalmente se considera a GoldenEye como la mejor de este período y no es una sorpresa: el trabajo de Martin Campbell como director es excelente: el ritmo no aburre, la acción es espectacular, la fotografía de Phil Méheux tan nítida que habla, y la edición de Terry Rawlings no nos deja respirar ni por un segundo. El guion también hace eco de todo lo que fue pasando en los cinco años que no vimos a 007, principalmente los cambios sociales, geopolíticos y el advenimiento de las tecnocracias: Bond le discute a la mujer (civil) que ahora ocupa el puesto de M (Judi Dench) la falta de capacidad de los analistas y administrativos que obstaculizan la labor de los agentes de campo y hombres de armas como él. Natalya, la coprotagonista femenina, le discute seriamente a Bond su estilo de vida y tiene una escena de acción larga por sí sola. El villano y sus aliados están distanciados de su patria y se enfocan en hacer dinero o llevar a cabo sus vendettas personales, y Bond parece ser el único (junto con Ourumov, militar soviético aliado a Trevelyan) que aún conserva su férreo patriotismo y devoción a la causa: “James Bond, el perro fiel de Su Majestad. Defensor de la supuesta fe”, se burla su traicionero enemigo, mientras el exagente del KGB devenido en traficante de armas con el que negocia le pregunta si ha “decidido unirse al siglo XXI” o si sigue trabajando para la MI6. Todo, absolutamente todo lo que escuchábamos decir a cinéfilos sobre la irrelevancia de Bond en los noventa, se lo dicen los personajes en la cara en el film. Pero él termina demostrando que el mundo aún lo necesita y que es una pieza fundamental para evitar que su preciada Inglaterra quede congelada en una nueva Edad de Piedra. GoldenEye es, simplemente, esa película donde todo funciona. Si se quiere, una suerte de Goldfinger de los noventa.

El éxito rotundo del film de 1995, que fue el más taquillero de la saga en 16 años, forzó a los productores Michael G Wilson y Barbara Broccoli a trabajar contrarreloj para asegurar que James Bond, nuevamente encargado por Pierce Brosnan, volviera no más tarde que Navidad de 1997. La producción comenzó ese año sin tener un guion definitivo, con Bruce Feirstein yendo y viniendo a cada rato después de que la idea original de Donald Westlake fuera rechazada y que Nicholas Meyer y Dan Petrie Jr aportaran cambios que fueron luego deshechos cuando se recontrató a Feirstein. Pero Kirk Kerkorian, presidente de MGM/UA en esa época, contaba con el estreno del segundo capítulo del nuevo Bond para incrementar sus finanzas y EON aceptó, teniendo que improvisar en la marcha en más de una oportunidad durante el rodaje.

 

Reconocido como editor de muchas películas de Sam Peckinpah y por producciones que mezclaban  acción con grandes dosis de humor como Air America (1990, con Mel Gibson) y ¡Para! O Mi Mamá Dispara (1992, con Sylvester Stallone), el canadiense Roger Spottiswoode fue elegido para dirigir El Mañana nunca muere, título que surgió (fiel al accidentado rodaje) por un error de transcripción en el departamento de prensa, ya que la idea original de Feirstein era llamar el film El Mañana nunca miente, en referencia al tema de los Beatles “Tomorrow Never Knows” (Mañana nunca se sabe). Conocedor de los medios de comunicación por sus años de periodismo, el guionista decidió hacer que el malvado del film sea un magnate de la prensa que tiene como objetivo expandir su monopolio a cualquier costo. China le negó los derechos de difusión a su cadena de televisión, por lo que este hombre intentará enfrentar a ese país con Gran Bretaña ocasionando una nueva guerra que desemboque en la llegada al poder del General Chang, un dictador alineado a sus objetivos que le garantizará un espacio en los medios chinos.

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En un periplo que irá desde la frontera rusa hasta Alemania y Saigón, James Bond se unirá a Wai Lin, una agente enviada por los chinos para investigar a Elliot Carver, el magnate en cuestión. Sin embargo, su puerta de entrada al imperio del empresario mediático será su esposa Paris, que años atrás fue una suerte de novia de Bond. Al igual que Natalya, ella cuestionará la profesión de 007: “Este trabajo tuyo… es fatal para las relaciones”.

En líneas generales, El Mañana Nunca Muere es considerablemente más simple que GoldenEye, lo que no quiere decir que sea mala. De hecho, es extremadamente entretenida y se mueve vertiginosamente: para ahorrar tiempo valioso, Spottiswoode editó el metraje a medida que lo filmaba para reducir el trabajo de Dominique Fortin y Michel Arcand, que ya era muy arduo y excedido. Pero lo que sí se nota es que, visualmente, no impacta tanto como el film anterior y argumentalmente es un tanto pragmática: hay un villano, dos chicas, un plan de dominación mundial, y escenas de acción. Sin grandes sorpresas o efectos teatrales y cosas que no nos esperábamos. La fotografía de Robert Elswit captura muy bien los entornos cerrados y hace un buen uso de la paleta estática (rojo, verde y azul), pero se queda corta a la hora de hacer que el lejano oriente se vea exótico como sí ha ocurrido en films anteriores de Bond. De la mano de David Arnold, la música recuperaría el estilo de Barry, pero con un toque moderno y más orientado a lo techno y a los sintetizadores.

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Lo que hay que destacar mucho a nivel argumental de El Mañana Nunca Muere es que ha representado muy bien (y de hecho anticipadamente) a los medios masivos de comunicación como un arma letal. Durante su gestión como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump ha tenido grandes embates con la prensa y durante el período de elecciones en noviembre de 2020, redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram han suspendido la cuenta del primer mandatario. Esto generó una gran polémica que dividió a la sociedad: muchos ciudadanos vieron con preocupación que jóvenes empresarios encargados de canales de comunicación pudieran limitar la expresión de alguien tan influyente como el presidente de una potencia mundial, mientras que muchos otros creían que estas medidas drásticas estaban justificadas por la particular forma de expresarse de Trump. Asimismo, términos como “fake news” comenzaron a circular más que nunca a través del ciberespacio y el rol de los medios jamás estuvo tan cuestionado como en la actualidad. En pocas palabras, la sensación de que un grupo de poderosos nos miente con algún fin o interés político y económico nos rodea todo el tiempo.

Entre las descripciones que Bond hace de Carver, la que más destaca es que “es capaz de derrocar gobiernos con una sola emisión” y apenas pasados los títulos de crédito vemos al hombre editando jocosamente un titular sobre el hundimiento de una fragata británica en el Mar de China del Sur, haciendo hincapié en el asesinato de los 17 sobrevivientes en manos de los chinos. Claro está que este suceso fue, en realidad, orquestado por secuaces de Carver para vender la noticia primero que nadie. Y apenas fue el principio de un plan que elevará el éxito de su emporio a niveles astronómicos y tendrá como resultado el acceso de sus cámaras a la tierra prohibida, todo para satisfacer sus fantasías orwellianas. “Nunca te metas con un hombre que compra barriles de tinta”, decía Carver en una línea del guion que fue descartada.

La llegada de dicho ejemplar del diario de Carver causa estupor en la MI6, a punto tal que el Ministro de Defensa insiste en enviar una flota a China a modo de represalia, dejándoles a M y a Bond apenas 48 horas para investigar. “El Ministro me decapitaría si sabe que estamos investigando a Carver”, le comenta ella a él cuando una señal sospechosa se detectó en uno de los satélites de su grupo mediático. Esta frase demuestra lo banal y ridículo que resultaba para 1997 que el aparato de inteligencia de una nación investigue a un magnate de los medios, sin embargo, hoy no sería visto como algo tan extraño después de los sonados embates entre líderes mundiales y medios, y ciudadanos que se alineaban de un lado o del otro como si se tratara de equipos de fútbol.

El Mañana Nunca Muere tuvo su guion definitivo recién en septiembre de 1997 y se estrenó, como había sido acordado, para la temporada navideña de ese año. El éxito del videojuego de Nintendo 64 basado en GoldenEye la ayudó mucho, la competencia con Titanic perjudicó sus números levemente. No obstante, el film fue un gran éxito que solidificó a Pierce Brosnan como el Bond de los noventa y un sólido competidor de los héroes de acción encarnados por Arnold Schwarzenegger, Mel Gibson, Bruce Willis o Harrison Ford. Muchas veces cuenta Graham Rye, editor de la legendaria publicación 007 Magazine,  que en un encuentro casual que tuvo con Schwarzenegger luego del estreno de Mentiras Arriesgadas en 1994, éste se rió cuando Rye le dijo con mucha fe que Bond iba a volver a ser un éxito. Para 1997, con dos películas en esta era, Bond ya era otro héroe de acción de los noventa y la caracterización de Brosnan tuvo tanta identificación con el público juvenil que ya nadie podía dudar si 007 llegaría o no al nuevo milenio.

 Dos cosas inspirarían a la decimonovena aventura de James Bond: la novela de Ian Fleming Al Servicio Secreto De Su Majestad (y, por ende, la adaptación cinematográfica de 1969) y un episodio del programa Nightline que Barbara Broccoli vio en un vuelo hacia Los Ángeles, que trataba sobre los recursos petrolíferos del Cáucaso. El mundo nunca es suficiente (1999) tomó su título del lema de la familia Bond y, viéndola en retrospectiva, hay que admitir que es una película clave en la saga: es la que definió el estilo personal de Barbara como cabeza de la marca 007, en contraste con las dos películas anteriores que (aunque también fueron producidas por ella) se aproximaban mucho más al estilo de “Cubby”, su padre.

 A partir de aquí comienza la idea de convocar a directores fogueados en el drama más que en la acción: Michael Apted, conocido por Gorilas en la niebla (1988) y Agatha (1979), se sentó en la silla de director. Por otra parte, el dúo de guionistas de La muerte cumple condena (1991), Neal Purvis y Robert Wade, se alistaron para la primera de siete participaciones en la saga. Estas contrataciones se alinearon mucho con lo que el mismo Brosnan había expresado en varias oportunidades: que quería algo más que explosiones y tiros, esperando que su Bond se encuentre en una posición comprometida que lo involucre emocionalmente. Así pasó que la chica principal del film, Elektra King, sería también la villana principal de la historia: “Él cree que ha encontrado a Tracy, pero en realidad, encontró a Blofeld”, explicó la productora en clara alusión a Al Servicio Secreto de Su Majestad, historia donde Bond se enamora tanto que se casa y su mujer muere asesinada en manos del villano. Basta con ponerse a pensar que Elektra es hija de un poderoso empresario europeo, una amante del peligro y de la aventura a quien él debe proteger de algo o alguien. Hasta el final de las dos mujeres es similar: ambas mueren a tiros, sólo que, mientras Tracy es asesinada en una balacera destinada a 007, Elektra es finalmente ultimada por Bond cuando ésta creía que él no se atrevería a dispararle luego de su traición.

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Hay otros tópicos que marcarían a este film como el punto de partida del “estilo Barbara”: por primera vez, la M de Judi Dench (y su pasado personal y profesional) está directamente involucrada en la misión y ésta se vuelve más un favor personal que ella le pide a Bond en vez de un caso como cualquier otro. El villano, o al menos el hombre al que creemos el villano principal pero resulta ser un secuaz de Elektra, no es alguien todopoderoso sino un hombre que está muriendo producto de un balazo que recibió en el cerebro por parte del agente 009, y su ambición no es otra que demostrarle amor incondicional a la mujer que lo ha dominado completamente. El cuartel general de la MI6 es vulnerado y Bond queda herido en el campo de batalla, siendo finalmente rehabilitado extraoficialmente. Las mujeres de la película, especialmente M y Elektra, son tan fuertes y predominantes aquí que tuvieron que llamar a Bruce Feirstein para que le de más prominencia a Bond en un guion donde ya estaba quedando fuera de foco cuando el pasado de estos dos personajes ocupaba ya mucho diálogo y tiempo. Cualquiera que haya visto Skyfall no podrá dejar de notar cuántos rasgos similares hay entre las dos aventuras y es precisamente ésto lo que nos hace pensar en El Mundo Nunca Es Suficiente como la madre de los filmes que le siguieron, en algún modo u otro.

El Bond 19 recupera también lo exótico que le faltó a El Mañana nunca muere gracias al trabajo de Adrian Biddle como cinematógrafo y Jim Clark como editor, con la música de David Arnold enfatizando lo techno pero también ofreciéndonos melodías melancólicas que reflejan el sentir balcánico de las locaciones de la trama (Azerbaiyán y Turquía, principalmente). En desventaja con el film anterior, muchos podrán acusar que el ritmo del film es mucho más lento y pausado, con grandes escenas de diálogo antecediendo a la acción. Pero más allá de eso, El mundo nunca es suficiente se deja disfrutar y su recaudación mundial, que apenas superó a la de GoldenEye, lo confirmó como un clásico moderno de la saga. En las escenas finales, después de que Bond brinde con el personaje de Denise Richards celebrando la Navidad en Estambul, se nos asegura que “James Bond volverá” y, finalmente, el mito ha superado la década que tanto lo trajo a maltraer durante su primer lustro. Ahora, quedaba el desafío de presentar un Bond que se ajuste a los años 2000.

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Entre la fiebre de los reality shows, la obsesión por el uso y abuso de las técnicas de animación digital y los atentados del 11 de septiembre de 2001 se forjó la película número 20 de la saga, anunciada esta vez para 2002 en coincidencia con los 40 años de la serie fílmica de James Bond. Muere otro día tuvo, al igual que El Mañana nunca muere pero de una forma mucho menos atolondrada, un sinfín de cambios en el guion, esta vez escrito solamente por Purvis y Wade, sin Bruce Feirstein. Naturalmente, algo de peso en la elaboración del argumento fue el caos provocado en Nueva York durante los atentados del 11-S, que puso en jaque la dirección a donde se iba a llevar a Bond: poner al agente secreto de Ian Fleming a combatir islámicos hubiera sido muy jugado, mientras que ignorar el fuerte impacto mundial de estos eventos hubiera banalizado al film. Los guionistas tomaron un recurso no muy diferente al que en su momento había realizado Richard Maibaum en los tres primeros films de la serie: enemistar a Bond con facciones comunistas del lejano oriente para no hacer que los rusos fueran el enemigo en medio de las tensiones de los sesenta. Así fue que, en el Bond 20, el agente secreto no enfrentaría a los islámicos pero sí a una suerte de aliado común a ellos en el odio por Occidente y nación rebelde con acceso a armas de destrucción masiva: Corea del Norte, parte de un “Eje del Mal” conformado también por Medio Oriente según el discurso inaugural de la asamblea legislativa ofrecido por George W. Bush en enero de 2002. Como director, otro hombre del drama fue elegido: Lee Tamahori, neozelandés que deslumbró a Barbara Broccoli con Guerreros de antaño (1994), producción donde demostraba la decadencia de una familia descendientes de maoríes sumida en adicciones y problemas legales.

Siguiendo con los deseos de Brosnan y con los matices más dramáticos requeridos por Broccoli, el espía esta vez no lograría salir sano y salvo de una misión en la zona desmilitarizada que divide a ambas Coreas y quedaría encarcelado por 14 meses en una prisión militar, capturado luego de cumplir su misión de eliminar a Tan-Sun Moon, ambicioso coronel norcoreano con sueños de dominación mundial y pasión por el tráfico de armas y diamantes. Tras soportar una horripilante tortura a base de agua helada y veneno de escorpión, la MI6 logra intercambiar a Bond por Zao, esbirro de Moon que había sido capturado por los norteamericanos. Pero el arreglo no fue hecho por cariño: la NSA convenció a M de que Bond podría haber estado confesando información durante su tormento y era un peligro que siga permaneciendo allí. M le quita a Bond su estatus de agente doble cero y lo envía a un área de re-evaluación en las Islas Malvinas, pero el agente secreto escapa del buque de guerra que lo lleva a su destino y se escabulle en Hong Kong, ofreciendo sus servicios a un empresario hotelero que trabaja para la Inteligencia China: el hombre ha perdido a tres de sus hombres en enfrentamientos con Zao, por lo que Bond se ofrecerá a dar con el norcoreano, extraerle información y ajustar cuentas.

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La NSA, una agencia de seguridad nacional de los Estados Unidos que está esencialmente orientada a la investigación de datos mediante computadoras, ha ganado gran relevancia tras el 11-S. Es así que, por primera vez en mucho tiempo, los Estados Unidos retoman su rol político en un film de James Bond. Previamente, en Licencia Para Matar (1989), Bond debía burlar los mecanismos legales de los norteamericanos para dar caza al narcotraficante Franz Sánchez; y en Moonraker (1979) vimos concretamente la última vez que una agente de la CIA realice una operación conjunta con Bond. Pero durante la era Brosnan, el país del norte ha quedado prácticamente excluido de la agenda para priorizar Europa como escenario de batalla. Las circunstancias, sin embargo, han forzado a los realizadores a reintroducir a los estadounidenses en Muere Otro Día luego de que ellos lideraran la guerra contra el terrorismo y el férreo compromiso del presidente Bush en castigar a los que han cometido las atrocidades en el World Trade Center y el Pentágono. Tanto liderazgo tienen los Estados Unidos que sienten que un hombre de la MI6 como Bond puede perjudicar esa cruzada que ellos dirigen: “Ponga su casa en orden, o lo haremos por usted”, amenaza Falco, líder de la NSA, a M, conminándola a entregar al hombre que ella ha considerado como “el mejor” en el film anterior.

El agente secreto pasará la primera mitad del filme como agente rebelde desprovisto de todo tipo de apoyo logístico y gadgets. Ingresando a La Habana, donde Zao se halla esperando un trasplante de médula ósea para cambiar su apariencia, Bond deberá recurrir a facilitadores para obtener algunos elementos básicos como un arma y un “automóvil rápido”: claro está que el arma resulta ser un revólver Smith & Wesson bastante voluminosa y poco práctica para operaciones de sigilo y el vehículo un Ford Fairlane producido en la década del cincuenta, ya que Cuba, por la cláusula que le impide negociar con los Estados Unidos, no tiene acceso a maquinaria automotriz tan moderna como sería deseable. Si bien el despliegue de gadgets durante la segunda mitad del film, con Bond ya reincorporado a la MI6 resulta un poco agobiante, hay que reconocer que la primera mitad de la historia se comporta como un auténtico thriller de espías donde la realidad sucia del oficio (algo que Ian Fleming destacaba en entrevistas) se deja ver de una forma muy evidente: Bond no es recibido como un héroe, precisamente todo lo contrario. Soldados capturados y rescatados de las fauces de Medio Oriente durante la guerra con Irak han sido aplaudidos y homenajeados durante el regreso a casa, mientras que un espía como Bond, que es esencialmente un hombre inexistente y una herramienta del gobierno, es desechado y culpabilizado por su tropezón. A partir de su escape, todo se desarrolla sin soporte, armas especiales y a base de su ingenio y confianza en completos extraños. Bien podría tratarse de una historia de John Le Carré o Len Deighton este capítulo inicial del film de 2002.

Como mayor evidencia de este oscuro mundo del espionaje y de guerras que se desarrollan entre las sombras -ya Fleming analogizaba en Casino Royale (1953) cómo Bond jugaba “a los pielesrrojas” mientras el enemigo actuaba “en silencio, bajo sus propias barbas”- hay un personaje interpretado por Rosamund Pike que está infiltrada como agente en la MI6 pero que informa directamente al enemigo, que a su vez está física y culturalmente infiltrado en Occidente: Gustav Graves, quien aparenta ser un empresario y benefactor basado en Islandia, pero que en realidad es el mismísimo Moon, quien ha sobrevivido su enfrentamiento con Bond y, mediante trasplante de ADN, cambió su apariencia para lucir rasgos occidentales. Aquellos que me han leído en Más Allá Del Hielo recordarán la comparación que hice de Moon con Mohammed Atta, el egipcio miembro de la Célula de Hamburgo que comandó el vuelo 11 de American Airlines y lo estrelló contra una de las Torres Gemelas. Sobre el final de la película, Graves sueña con ver “a Occidente temblando de miedo”, cosa que se ciñe perfectamente al ideal de estos extremistas. Nunca antes habíamos tenido un villano principal tan politizado e identificado con una bandera en toda la saga.

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El resultado final de Muere Otro Día da mucho que hablar, especialmente porque surgen muchas interpretaciones erradas sobre la repercusión del film. La crítica fue diversa: el exceso de imágenes generadas por computadora y una Halle Berry en el rol femenino principal que no llegó a convencer mucho como “Bond femenina” le adjudicó varios puntos en contra, pero a su vez muchos apreciaron que se cuestione más el rol de Bond en tiempos donde la tecnología dictaba el ritmo de las cosas y que el agente no sea visto como un hombre tan invencible que siempre salía ileso a todo.  Vale destacar que Owen Glieberman, de Entertainment Weekly, fue uno de los más férreos críticos del Bond de Brosnan cuando se estrenó GoldenEye pero escribió una de las críticas más favorables de Muere Otro Día que jamás se haya leído justamente por esta revolución que ocasionaba la trama. Mucho se dijo que Brosnan simplemente combinaba lo mejor de sus cuatro antecesores, pero ninguno de ellos debió hacer las veces de un Bond traicionado, capturado y abandonado: sólo la prosa de Ian Fleming sirve como base para un 007 que soporta inexplicables tormentos, y después está el talento actoral del irlandés en la que quizá sea su más demandante interpretación del agente secreto. Financieramente, la película fue un éxito rotundo: superando los 400 millones de dólares, fue la más taquillera hasta el momento y sobrepasó los números de las producciones anteriores de este ciclo. El estilo de esta producción quizá sea muy bastardeado hoy en día, pero hay que recordar que el cine del nuevo milenio abusaba de imágenes generadas por computadora, efectos en cámara lenta, escenas de acción exageradas y una banda sonora muy techno. Misión: Imposible 2 (2000), Los Ángeles de Charlie (2001) y Operación Swordfish (2001) son los casos más prominentes, y las dos primeras fueron grandes éxitos de taquilla. No es sorpresivo que el capítulo 20 de la saga se acercara bastante a este estilo. 

Erróneamente se cree que Muere Otro Día fue un fracaso comercial que llevó al despido de Pierce Brosnan en el rol, pero la realidad es que durante todo 2003 y buena parte de 2004 los productores aún pensaban en el regreso de su Bond tal como el actor lo había expresado en más de una entrevista. Chris McGurk, presidente de MGM en esa época, aseguró dos meses después del estreno de Bond 20 que “Muere Otro Día es la fórmula ganadora” y que en la próxima película enfatizarían lo que ya vimos en la anterior. Fiel a sus ambiciones feministas, Barbara Broccoli encargó a Neal Purvis y Robert Wade realizar un spin-off sobre Jinx protagonizado por Halle Berry y Michael Madsen repitiendo el rol de Falco. El guion se escribió y puede ser consultado en la biblioteca de la Universidad del Sur de California, pero finalmente MGM decidió cancelar el proyecto por el excesivo presupuesto que pidió la productora, además de (posiblemente) la poca repercusión taquillera de films de acción protagonizados por mujeres como Tomb Raider: La cuna de la vida (2003) y Los Ángeles de Charlie: Al Límite (2003). Las negociaciones cesaron cuando EON finalmente se hizo con la posibilidad de realizar una adaptación fidedigna de Casino Royale como reinicio de la saga, en respuesta también a filmes como Batman inicia (2005) y Superman regresa (2006), ambos reinicios de populares sagas.

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Claramente, el actor que interpretara a un Bond al inicio de su carrera como doble cero no podía haber sido el mismo de antes y esto hizo que Brosnan no pudiera continuar en el rol. Curiosamente, fue el primero en ser formalmente “despedido” por los productores, pero esto no tiene que ver en absoluto con su desempeño o el de sus filmes. Sin ir más lejos, es precisamente la muy criticada Muere Otro Día la que nos presenta muchas situaciones que ya veremos completamente en la era de Daniel Craig: la prominencia de la inteligencia norteamericana, infiltraciones en el seno del gobierno británico, enemigos que resurgen de entre los muertos y Bond siendo considerado un peligro por sus superiores y relegado de su cargo.

Brosnan anunció formalmente su desvinculación con 007 el 1 de febrero de 2005, días después de que Martin Campbell fuera anunciado como director de Casino Royale (2006). Parece un acto casi irónico, dado que poco después de quedar afuera del rol llegue la máxima reivindicación a su era colocando al director de GoldenEye a cargo del ambicioso nuevo proyecto de EON. Más allá de sus grandes méritos individuales a nivel narrativo y cinematográfico, bien se puede decir que Casino Royale es hija del éxito de GoldenEye.

 

Además de sus cuatro películas, el actor irlandés nos deja su participación (ya sea mediante su apariencia o voz) en seis videojuegos: tres de ellos son adaptaciones de películas como GoldenEye, El Mañana nunca muere y El mundo nunca es suficiente; otros tres son historias originales como 007 Racing (el jugador conduce autos clásicos de la saga, pero un render de Brosnan se puede ver claramente en las secuencias de videos), 007 Nightfire y 007: Todo o Nada, este último escrito por Bruce Feirstein y con las participaciones de Willem Dafoe y Heidi Klum. Esto también merece ser capitalizado, dado que ninguna década ha revolucionado los videojuegos como los años noventa y estas aventuras interactivas fueron la puerta de entrada de un público adolescente o hasta infantil al mundo de James Bond, que en ese momento estaba representado por la cara de Pierce Brosnan más que por nadie.

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En junio, ya sea en plataformas de streaming o en los pocos cines abiertos del mundo, podremos ver a Brosnan en la nueva película de Renny Harlin, The Misfits, donde interpreta al ladrón de guante blanco Richard Pace. Por lo que se ve del tráiler, el personaje combina los mejores atributos de Remington Steele y Thomas Crown. Fuera de ello, el actor se encuentra disfrutando la vida en Malibú, California, con su esposa Keely y la familia que supo conformar aún después de que la misma tragedia (el cáncer de ovarios) se llevara a su hija Charlotte y a su primera esposa Cassandra Harris, actriz de Sólo Para Sus Ojos que no sólo lo convenció de incursionar en el cine sino que lo acercó a Albert R Broccoli en los años ochenta, donde su posibilidad de ser Bond fue más allá de una broma recurrente en el matrimonio cuando Cubby pensó en él como reemplazo de Roger Moore.

Más de la mitad de su vida, Brosnan estuvo unido a Bond, ya sea como candidato o como actor. De ahí que los rencores se hicieron sentir muy fuertemente cuando el cambio de planes surgido a fines de 2004 lo desvinculó del personaje. No obstante, con el paso del tiempo, el irlandés se ha amigado mucho con su pasado y más de una vez ha admitido el gran cariño que le guarda a los años en los que disparó su Walther PPK o P99, según la ocasión.

“Cuando vean a Pierce haciendo de Bond, Sean y yo seremos olvidados”, dijo el gran Roger Moore como ciego voto de confianza al nuevo 007 allá por 1995. Sabemos que eso no pasó, pero el simple hecho de hacer que un personaje prácticamente muerto a nivel cinematográfico se convierta en uno de los recursos más fructíferos de la MGM, como ha admitido su vicepresidente de entonces Jeff Kleeman, ya es un gran mérito que hace acreedor a Brosnan de una buena mención en el cuadro de honor de la interminable historia de 007.

Nicolás Suszczyk

 

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