Traducción por Jaime Mora del artículo «Live and let dine» de John Lanchester publicado en la revista Esquire
VIVE Y DEJA CENAR
El Bond de Ian Fleming era tan quisquilloso con los huevos como lo era él con las mujeres, dice John Lanchester.
Las películas Bond y las novelas de Fleming son diferentes en muchos aspectos, y uno de ellos es en lo referente a la comida. En las películas utilizan restaurantes y clubs como localizaciones, pero muestran muy poco sobre la comida; las comidas que Daniel Craig comparte con Eva Green en Casino Royale son una excepción. Las novelas, por otro lado, están obsesionadas con la comida. «James Bond no era un gourmet», nos cuenta Fleming en Al servicio secreto de su Majestad. «En Inglaterra vivía a base de lenguados a la plancha, huevos escalfados y carne asada fría con ensalada de patata».
En este punto el lector piensa: espera un momento. ¿No es un gourmet o está constantemente zampándose lenguados a la plancha y huevos escalfados? ¿Cuál de las dos opciones? Y la respuesta resulta ser que Bond, a la vez que no se considera a sí mismo un gourmet, es en realidad un comensal tremendamente quisquilloso. Como le dice a Vesper Lynd en Casino Royale, «Disfruto con ridícula exageración la comida y la bebida. En parte se debe a que soy soltero, pero, sobre todo, a la costumbre de fijarme mucho en los detalles. Aunque sé que parece puntilloso y remilgado, en mi trabajo me veo obligado a comer solo la mayoría de las veces, y el hecho de preocuparme por la comida lo hace un poco más interesante.»
Puntilloso y remilgado – bien, lo dice él. Cuando se trata de comida, resulta que Bond es una auténtica señorita.
En las novelas, Bond no cocina, nunca, pero sabe lo que le gusta.
Fuera de casa, comerá lo que prefiera entender como la comida sencilla, sin pretensiones del país: tallarines verdes, cangrejo de río frío, o cangrejos de piedra con mantequilla derretida, en Italia, Francia y Miami, respectivamente. En casa, toma muchos desayunos, a todas horas del día. Está obsesionado con la dificultad de conseguir un huevo cocido correctamente, y sólo conoce a una mujer que pueda hacerlo apropiadamente, su «tesoro», la ama de llaves escocesa May, quien los cuece exactamente durante cuatro minutos y veinte segundos. (Esto suena preciso y decisivo, pero es una completa estupidez – el tiempo de cocción depende del tamaño del huevo y de dónde ha sido refrigerado. Cuando estaba aprendiendo a cocinar, conseguí varios huevos cocidos incomestibles por tratar de seguir el dictamen de Bond). En los restaurantes, a él le gusta mostrar que él es quien manda, digamos, ignorando la carta y pidiendo huevos revueltos. En otros momentos, va a lo grande y pide una gran cantidad de caviar. Entonces necesita tostadas extra y añade: » El problema no es conseguir que te pongan bastante caviar, sino suficientes tostadas». Trata de decir eso sin sonar como Christopher Biggins.
Subyacente a esto es la mezcla de puritanismo y hedonismo de Bond, o de Fleming; su amor por el lujo y su repulsión hacia el mismo. Un buen número de escritores con un interés en la comida comparten esa fluctuación entre el superyó y el ello*. La escritura sobre la comida es a menudo extrañamente, inapropiadamente estricta, dominada por reglas, preocupaciones por pequeñeces y mandamientos divinos. Esto era un tema particularmente fuerte en el momento en que Fleming estaba escribiendo. La primera novela Bond se publicó en 1953, el año en que cesó el racionamiento de los dulces y el azúcar de los tiempos de guerra. Las restricciones de viaje y las restricciones monetarias estaban aún en vigor. Los recuerdos de la privación sensorial eran fuertes e influenciaron a todo aquel que escribió sobre la comida, dando una urgencia y aspereza a sus sueños de banquetes. Fleming fue tan ejemplo de eso como lo fue su contemporánea Elizabeth David, otra sensualista puritana.
El otro tema característico en las novelas Bond es poner a los restaurantes en el lugar que les corresponde. Un asunto recurrente en las novelas es la pretenciosidad y falsedad de los restaurantes de lujo, los aires injustificados que se dan a sí mismos. Bond está por encima de todo eso y le encanta mostrar a los camareros y cocineros quién es el jefe (por lo tanto huevos revueltos). Dado que las novelas Bond son fantasías de deseos satisfechos, uno podría preguntarse qué deseo está siendo satisfecho aquí. La respuesta, creo, tiene que ver con la ansiedad social omnipresente que esos restaurantes causan en algunas personas, especialmente en Gran Bretaña, sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado. Cuando la gente se volvió más rica, empezó a comer fuera más a menudo y a entrar en contacto con restaurantes donde, habitualmente, se sentían juzgados, o inspeccionados, o criticados, o heridos en su orgullo. En resumen, la gente se sentía intimidada por los restaurantes, y demasiados restaurantes se aprovecharon de esa intimidación, y la consideraron como un valor añadido a la comida. No creo que hubiera otro país en el mundo donde ese fenómeno estuviera tan avanzado como en Gran Bretaña. La negativa de Bond a ser intimidado y a soportar ese sin sentido era parte de su actuación de tipo duro. Con licencia para matar, y para pedir fuera del menú. Es una parte de las novelas que ha quedado anticuada, porque la gente no puede ser molestada con esa clase de restaurantes nunca más. Las películas hacen bien al alejarse de ello.
* Nota del traductor: el superyó y el ello son conceptos fundamentales en la teoría del psicoanálisis de Sigmund Freud. El superyó: Instancia moral, enjuiciadora de la actividad yoica. El Superyó es para Freud una instancia que surge como resultado de la resolución del complejo de Edipo y constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales. El ello: Su contenido es inconsciente y consiste fundamentalmente en la expresión psíquica de las pulsiones y deseos. Está en conflicto con el Yo y el Superyó, instancias que en la teoría de Freud se han escindido posteriormente de él.