Reseña de Yo, detective de Rafael Guerrero
Yo, detective (2019) es la cuarta novela de Rafael Guerrero, detective privado, experto en Investigación Internacional, criminólogo, experto en Servicios de Inteligencia y escritor de novela negra. Esta impresionante tarjeta de presentación ya es una garantía para acercarse a sus libros, con la seguridad de que Guerrero va a conocer de primera mano el mundo criminal y de que sus aventuras podrán parecer exageradas o literarias, pero parten de la realidad.
En mi opinión esa era la gran virtud de Un guerrero entre halcones (2011), Muero y vuelvo (2013) o Ultimátum (2015), tres novelas sorprendentes por su aparente sencillez, pero perfectas odas al género negro clásico, enmarcadas en el siglo XXI y vehiculadas a través de la primera persona. El hecho de que el propio autor fuera el narrador no era un detalle menor: por un lado, se rendía homenaje al detective privado tradicional en primera persona (desde el agente de la Continental de Hammett al Marlowe de Chandler). Por otro lado, esa primera persona transmitía esa verosimilitud comentada y que Guerrero demostraba página a página con detalles de la investigación, con los seguimientos, con el uso de las nuevas tecnologías y, lo más importante, con su perfecta descripción de clientes y/o criminales, a través de un análisis escueto en la descripción física, pero preciso en la profundidad psicológica, que revelaba al detective que lleva dentro.
Paradójicamente y a pesar del título, Yo, detective no está narrada en primera persona. Esto tiene su explicación formal pues la historia se desdobla y Guerrero no está presente en una de las vías que sigue el libro. De esta manera, se pierde parte de esa implicación cómplice con el lector que existía en los libros anteriores (¡un detective contándote sus casos!), aunque, en la práctica, Guerrero sigue estando ahí. Las reflexiones irónicas y sarcásticas del narrador son las del propio detective y predomina el humor negro, tanto en los diálogos, como en los párrafos narrativos y descriptivos.
La acción nos va a llevar a la India, a la búsqueda de un desaparecido, y a Francia, escondiendo a una clienta. En esa dual paradoja: buscar a alguien y esconder a alguien, se mueve la historia que mantiene su interés por su brevedad y precisión en el diálogo casi propia de un Ellroy. Tal vez el exótico país oriental merecía más páginas para que el lector se inundara de sándalo y especias, pero no es eso lo que busca el detective. Su visita no es turística y lo que trata de transmitir no es una foto para instagram, sino el peligro de muerte real que se vive allí.
La brevedad de la novela es otro atractivo más, ya que se convierte así en un caso más para el archivo, una bala gastada, una copa de sábado o el penúltimo escarceo amoroso de Guerrero. Lo que para el detective es ágil rutina, para el lector resulta extraordinario. Eso, también, es otra virtud.
Como es habitual, Rafael Guerrero introduce guiños a la cultura popular (futbolistas, actores, cantantes) y a su (nuestro) querido James Bond o a Ian Fleming.
Otra muesca en el revólver. Otro libro que hay que releer.
Gonzalo González Laiz