Publicada en nuestra última revista

Hoy publicamos en abierto esta Carta de un aficionado Bond, publicada en nuestra revista digital para socios Archivo 007 Magazine #15.

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Carta de un aficionado Bond

Gonzalo González Laiz
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Parece que corren malos tiempos para el bondismo. Es cierto que estamos a la espera del estreno de Sin tiempo para morir, quinta película del actor más exitoso de la historia Bond, la cual promete ser revolucionaria, flemingiana y una verdadera traca final de la etapa Craig. Sin embargo, los diferentes retrasos y el hecho de que Spectre se estrenara ya hace tanto tiempo han hecho que muchos aficionados estén de capa caída, hayan perdido la ilusión o hasta amenacen con no ir al cine a ver la película.

Ya sabemos que probablemente todo esto no sea más que un calentón momentáneo y, cuando vuelva la campaña de publicidad, el foro de Archivo 007 volverá a echar humo, resurgirán libros Bond, volveremos a ver las películas y leer las novelas y recuperaremos todo lo que nos hace amar esta serie.

Decía David Zaritsky (The Bond Experience) que las películas Bond se parecen a la pizza o al sexo: incluso cuando son malas… están bastante bien. El propio David Arnold animaba a ver siempre cualquier Bond: puede que sea el mejor Bond de la historia y eso no te lo puedes perder. Además, si no lo fuera, siempre te queda el consuelo final del James Bond will return… y reiniciar otra vez el proceso bondiano.

Recuperar y mantener la ilusión bondiana (creo que ahora los modernos lo llaman hype) no solo es sano, sino necesario. Ver (volver a ver) una película de James Bond es recuperar nuestro pasado y enlazar con la primera vez que la vimos. El gunbarrel nos lleva a la infancia y a ese lugar mágico en el que por un par de horas vamos a vivir aventuras, enamorarnos, ser ingeniosos y salvar al mundo, sin movernos del sillón. Está claro que sensaciones semejantes nos las puede proporcionar cualquier película que hayamos visto muchas veces y que adoremos, pero Bond es diferente. Ese hype bondiano le pone a uno de buen humor y hace que le cambie el día, la semana y quién sabe si la vida.

Por encima de lecturas filosóficas, humanas, religiosas o trascendentales (que también las hay), las películas de James Bond nacieron con el bendito objetivo de entretener. Ya antes, el padre de la criatura dijo que escribía las novelas Bond para “heterosexuales de sangre caliente en trenes, aviones o camas”. Si Ian Fleming era consciente de que su personaje servía para entretener y distraer, nada mejor que seguir su consejo. Esa aparente superficialidad e intrascendencia, que pone de los nervios a los críticos más sesudos, profundos y, sin duda, más aburridos, es la gran virtud del personaje. ¿De verdad es un defecto ser “entretenido”? ¿Alguien se atreve a criticar algo diciendo que es “solo” divertido? ¿Puede haber algo mejor en esta vida que conseguir entretener y divertir con tu trabajo? James Bond tiene ese efecto en cada una de sus manifestaciones y para cada uno de nuestros estados de ánimo.

Si estás en un buen momento, nada mejor que disfrutar con James Bond con la sonrisa en la cara y soñar con recorrer el mundo, disfrutar de aventuras o enamorarse mil veces.

Si atraviesas un bache, nada mejor que empatizar con Bond y sus momentos de dureza, de crisis, de violencia o de venganza. Que sea él quien ajuste cuentas con el mundo y, tras un par de horas, que la experiencia nos permita ver la vida de otra manera. Diferente. Y bondiana.

Los aficionados a James Bond no saltamos del barco. Ya no es solo que sabemos que James Bond will return, sino que le debemos mucho a este personaje como para “aparcarlo”. Es evidente que podemos disfrutar con superhéroes, galaxias, dramas de época, el Oeste americano, clásicos en blanco y negro o cualquier otra genialidad cinematográfica. No me refiero a eso. Simplemente, incluso en los momentos en los que parece que Bond no está, siempre dejamos un hueco para una imagen Bond. Ya sea un vídeo, un chiste, una visita al foro o a las redes sociales de Archivo 007 serían suficientes para recordarnos lo que no cambia, lo permanente. La roca estable a la que siempre podremos agarrarnos sigue ahí. Ese guiño a nuestra infancia que evoca tiempos de libre alegría y sueños ilimitados.

Su nombre es Bond, James Bond. Y volverá con fuerza. Que nadie lo dude.

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